jueves, 10 de mayo de 2007

INTRODUCCION A LA VERSION BLOG DE "NADA ES AZAR"

Hola peregrino, hola peregrina. Bienvenidos.

Si has llegado hasta aquí es porque algo dentro te pide saber sobre el Camino de las Estrellas. Así que te felicito porque ese es el primer paso que todo peregrino anda.

Aquí podrás encontrar una personalísima visión del Camino, en su recorrido entre Roncesvalles y Santiago de Compostela, andado por mi mujer y por mí en el mes de abril del año 2004. No tiene el relato ánimo ninguno de ser una guía, ni recomienda o desaconseja nada. Es una crónica jacobea que cuenta lo que veíamos hacia afuera y hacia adentro durante ese mes largo de peregrinación. Más subjetividad, imposible.

El blog está estructurado a jornada por entrada, siendo las fechas de la entrada las de la subida a la web; las que se corresponden a las jornadas de Camino se expresan en el cuerpo del texto, y corresponden todas al año 2004.Esta precisión es necesaria porque puede resultar confuso que antes del título del capítulo aparezca una fecha (la del nuevo "topic" en el blog) y dentro del texto otra, del año 2004.

Aclarado este punto, que considero importante para mejorar el manejo del blog, sólo me queda desearte que disfrutes de estas experiencias y prometerte que contestaré cualquier comentario que quieras hacer que, como sabes, es posible mediante un enlace al pie de cada capítulo.

Gracias por entrar.

Mucha suerte y Buen Camino.

PRÓLOGO. POR NUESTROS AMIGOS PEREGRINOS PACA Y SALVA

El Camino de Santiago está de moda. Sólo algún peregrino religioso lo transitaba hace dos décadas. Hoy lo recorre una muchedumbre muy variada. El Camino tiene éxito.

¿Qué razones hay para ese éxito? Probablemente, los cambios que la vida ha tenido en nuestro país en los últimos veinte años dan motivos válidos a la gente para ponerse en camino. Parece que hemos llegado a ser más prósperos, más ricos, pero también más precavidos, más monótonos. Nuestras vidas son predecibles. Nos gusta tenerlo todo asegurado. Casi todos vivimos en ciudades. Frente a esto, el Camino nos hace su oferta: salir de la rutina, romper el círculo vicioso de nuestras vidas, buscar lo inesperado, endurecer el cuerpo, recuperar el contacto con la naturaleza, hacer un meritoriaje espiritual o filosófico si se desea, hacer turismo a pie, intentar poner orden en nuestras vidas, disfrutar de la soledad, hacer nuevas amistades, compartir otro tipo de vivencias, conocer gente, dejarnos llevar por lo que venga, vivir momento a momento ... y, sobre todo, no saber qué va a pasar cada día. ¿Quién sabe lo que mueve a cada caminante? Cada uno puede tener sus motivos o irlos encontrado por el camino. Da lo mismo, pero a todos nos agrada poner un poco de imprevisión y novedad en nuestro tiempo libre.

Poner un pie tras otro sobre los caminos sobados nos devuelve a lo simple. El paso a paso no es velocidad ni requiere atención y los problemas imaginados se esfuman con la cadencia del andar. Descubrimos que la vida nos ha convertido en unos pobrecitos seres precavidos. Vivimos en un mundo donde continuamente nos dicen lo “complicado” que es todo, desde que amanece hasta que anochece: el tráfico es complicado, el aparcar es complicado, el llevar a un hijo al médico es complicado, el viajar es complicado, el cuidar a un anciano es complicado, el divertirse es complicado, el fin de semana va a ser muy complicado, el tiempo se presenta complicadísimo... sin mencionar, por ejemplo, el encontrar un fontanero en domingo, que eso sí que excede todas las cotas de la complicación. ¿Nos estaremos convirtiendo en lelos?, ¿Cómo es posible que cuando mejor creemos vivir, todo sea cada vez más “complicado”? Algo falla. Así que puede que una clave para el éxito del Camino sea que en él no hay problemas. El día que el Camino comience a ser “complicado” dejará de ser atractivo.

Por otro lado, y una vez en marcha, enseguida comprobamos que el pilotar durante unas semanas el vehículo de nuestro cuerpo nos da ese sentimiento de libertad que invariablemente nos promete por la tele la publicidad del último modelo de automóvil. Si además nos hemos preparado con un mesecito o dos de caminatas antes de salir, pues resulta que el pilotaje de nuestra masa muscular y visceral se convierte en una sensación placentera para nuestra propia sorpresa. ¡Pero bueno, yo no sabía que tenía este cuerpazo! ¡Mari Puri, hoy no sé si podré dominar este monstruo!

A la incertidumbre que precede a la salida, le sigue casi de inmediato un sentimiento de liberación. La culminación de la primera etapa es una gran alegría (sobre todo si es la de Roncesvalles a Larrasoaña). Una gran victoria sí, pero, ¿serán así todas las etapas?, pensamos con temor. El día a día nos va dando moral. Cada etapa, lejos de agotarnos, nos fortalece más. Cada día más felices con nuestra nueva vida. En este sentido, la llegada a Santiago es inevitablemente triste. Llegar es abandonar. ¡Con lo bien que estábamos!

Su éxito, asimismo, hace que el Camino esté muy concurrido, y donde hay muchedumbre hay negocio y donde hay negocio hay pícaros: los falsos caminantes que duermen de balde a diario a cambio de caminar con mochila desde la parada del autobús más próxima al albergue; los espabilados conductores de coches de apoyo que dejan las mochilas a la puerta de los albergues como si los caminantes hubiesen llegado ya para que estos tengan derecho a cama; los hosteleros que abusan al saberse únicos; los que a la bazofia que dan le llaman menú del peregrino; los albergueros tunantes que cobran lo que debiera ser gratis pues gozan de subvención; los que desvían a los caminantes para que pasen frente a sus negocios; los albergueros que llenan a las 10 de la mañana aunque sea con ciclistas… en fin, los que engañan y los que fingen. Punto y aparte los maleducados.

Sin embargo, la picaresca también le da un punto humano a tanto ideal y a tanta búsqueda. Así, la mezcla entre el punto de vista elevado, generoso y, a veces, algo místico del verdadero caminante y las chapuzas burlonas con que se puede encontrar le colocan en ese equilibrio que se llama realidad. No viene mal recordar en este año de aniversarios cervantinos que El Quijote, compendio de altruismo y picaresca es, al fin y al cabo, también un libro de viajes.

El diario de Pilar y Pedro muestra cómo las nociones del tiempo y del espacio no son en la peregrinación como habitualmente se viven. Ambas cosas se perciben de otro modo en un viaje de este tipo. Sus miedos, sus incertidumbres y sus emociones van y vienen en cada una de las etapas. Tienen tiempo para todo: lo poético, lo romántico, lo filosófico, lo interior, lo apasionado, lo triste...

Enhorabuena por vuestra peregrinación y gracias por vuestro relato. Quienes hayan hecho a pie el Camino de Santiago desde Roncesvalles os entenderán muy bien.

Con cariño.

Paca y Salva.
(Peregrinos del Camino de Santiago y la Vía de la Plata)

SALUDO

Lejos, luz, amor y tierra.
Lo que el Camino te da,
es donde el Camino te lleva;
si callas, Santiago te habla
y su eco responde a tu plegaria.

Es final, llegada y destino,
de un viaje que comienza
cuando terminas tu Camino.

Andar. Esto es. Ir, avanzar, ver, oír, tocar, oler... cielo y vino.
Sentir, almear.

¿Qué tal desde Roncesvalles hasta Santiago? Bien, inmejorable.
De andarín a peregrino, Santiago está de Camino.
Camino, peregrino y vino, rima nada casual.
Y después, ya nunca parar, y siempre querer seguir,
y también, claro, querer siempre volver.

LAS INCERTIDUMBRES

EN CASA
27 de marzo



A mediodía del sábado 27 de marzo de 2004, víspera de la partida a Pamplona para nuestra iniciación jacobea, la expectación supera cualquier sentimiento de aventura; tampoco me vence el nerviosismo por las muchas incertidumbres que se suscitan. Me siento a la vez intrigado e inquieto, con la sensación de tener que descubrir cosas indescriptibles. Ya veremos.

Hace más de dos semanas que apenas hemos recabado nuevos datos sobre el Camino de Santiago, ya tenemos suficiente, estoy seguro de que la sobreinformación condicionará la manera de percibir lo que haya de ser percibido.

Hay incógnitas, y la que más preocupa es, a ratos, la resistencia física; en otros ratos, el clima. Toda esta semana ha habido temporal en el tercio norte; mientras esto escribo me siento un poco cobarde, y trato de pensar en cómo se peregrinaba antaño, muy antaño, y al hacerlo me doy cuenta de que quizás los albergues o pensiones y hostales que ahora hay, con todas sus comodidades, no sean ni por asomo lugares tan cálidos como tantos y tantos hospitales, parroquias y refugios de peregrinos que conformaron el Camino de Santiago, hace siglos, cuando lo poco que tenía el peregrino era mucho más que todo aquello de lo que ahora dispone. ¿Será el espíritu que movía aquellas piernas el mismo que moverá las nuestras durante el próximo mes? Ojalá.

Nos sentimos, sin haber preparado aún el petate, más cerca de Santiago de Compostela que de cualquier otro sitio, incluido este, nuestra casa, aun teniendo por delante casi 800 kilómetros que han de ser andados.

TODO LLEGA

ETAPA 0

28.03. MAJADAHONDA-PAMPLONA



Nos hemos levantado pronto, por los nervios, como cuando vienen los Reyes Magos, y enseguida nos hemos puesto a organizarlo todo. Los macutos han quedado listos al momento, y hemos ponderado que su peso era el correcto: claro, llevamos lo justo y necesario… (¡Qué soberbia la nuestra!, comprobaremos unos días después).

Hemos estado un rato en la calle esperando a Luis, que nos llevará a Atocha, donde tomaremos el tren a Pamplona. Nieva, y bajo la nieve elegimos estar sin decir nada, sin decirnos nada: toca mismidad, toca pensar en la fuerza de las piernas y en la del alma. ¿Será la nieve quien nos lo diga? Quiere hablar; afinamos el oído, pero no logramos descifrar el susurro.

Llega Luis. Nos parece una eternidad el rato que hemos estado esperando, y vamos nerviosos en el coche. Al bajar, Luis nos hace una foto, con nuestro atuendo peregrino, a la entrada de la estación. Qué foto más típica, y qué necesaria.

Antes de subir al tren hemos picado algo, aunque es pronto; tenemos el biorritmo trastocado por la emoción del viaje y por el cambio al horario de verano… Qué paradoja, horario de verano, con la que está cayendo en media España.

Subimos al tren con un buen chute de ansiedad, no podemos esperar, queremos estar en marcha, cada minuto es inacabable; apenas nos hemos sentado en los asientos 5A y 5B del coche 7 del Alaris de las 14,10 Madrid-Pamplona, decidimos enviar un mensaje a familia y amigos para participarles nuestra ilusión infinita en este inicio. Les decimos que el tren acaba de arrancar, y que nos sentimos muy peregrinos. Todos contestan con emoción compartida y cariño correspondido.

No ha recorrido el tren un kilómetro y ya casi hemos dejado atrás las preocupaciones de nuestra vida habitual… ojalá pudiera decir que lo habitual es lo contrario de lo que ahora dejamos atrás. ¿Despedida vital? Me lo pregunto pero no me lo contesto.

El viaje pasa rápido. Estábamos cansados y no nos ha resultado difícil echar varios duermevelas durante el trayecto. Mucha nieve; mucha más según alcanzamos el norte, y muchísima a la altura de Soria. Si seguimos así el Camino estará impracticable en Pirineos. Sin embargo, al entrar en Aragón la nieve ha desaparecido, y ya en Navarra apenas vemos unos copos. Esto nos tranquiliza, aunque no sabemos por qué haya de inquietarnos la nieve; y este pensamiento, al punto, me desazona. Luego pienso que tenemos por delante unos cuantos días para perder las inercias y los miedos absurdos propios de la vida moderna. Entonces sólo tendremos mente y corazón para lo que haya por delante. ¿Será tanto como creemos?

Al bajar del tren, y sin saber por qué, miramos a derecha e izquierda. Más tarde supe qué mirábamos, a quién buscábamos… buscamos a quien nos hubiese de buscar: peregrinos que hubieran compartido viaje con nosotros y compartieran entonces andén. Ninguno vimos.

La gente nos mira como diciendo: “adónde irán estos con la que está cayendo”. Nos vemos reflejados en los ventanales del vestíbulo de la estación y no nos reconocemos así vestidos, habrá que acostumbrarse. Salimos rápido y andamos alrededor de una hora hasta el hotel donde dormiremos la víspera de la llegada a Roncesvalles. Andando, y no de otra manera, es como debemos ir. No nos vemos en un autobús o en un taxi, y esto quizás sea una señal.

Apenas nos registramos salimos a dar un paseo por Pamplona. Buscamos el albergue de peregrinos, adyacente a la Iglesia de San Saturnino, pues conociendo su situación podremos sellar nuestra credencial el día 31, cuando volvamos a pasar por la ciudad, pero a pie. El albergue está cerrado, y remite a los peregrinos al refugio de Cizur el Menor, a casi 5 kilómetros. Esto contraría a bastantes de ellos que llegan cansados a esas horas, las siete y media de la tarde, después de haber andado todo el día, y se ven obligados a afrontar otro trecho bajo la lluvia o bien a conseguir un alojamiento alternativo. Todos pasan de largo en silencio, superando el obstáculo sin protestas, sin lamentos, sin más. Si hay que seguir, se sigue. Este primer contacto visual nos estremece un poco e incluso nos asusta, vemos rostros cansadísimos, que asoman un enorme sacrificio por haber llegado hasta aquí.

Nos reponemos del impacto con unos pinchos en las tascas de la calle Estafeta, estupendos, y a las 9 estamos en el hotel, vencidos por las tensiones propias de toda jornada previa. Mañana decidiremos si esperamos hasta las seis de la tarde para tomar el autobús a Roncesvalles o subimos en taxi antes del mediodía.

El cuerpo y el corazón nos piden Camino. Es más que una sensación. Es para lo que hemos venido. ¿Qué tiene el Camino de Santiago que tanto llama? Quien lo sepa, que lo diga (si se atreve). No creo que pueda saberlo ni cuando acabemos, si es que lo logramos; acaso no sea importante el terminarlo, sino el andarlo; acaso el final no sea sino un principio, como este principio se me antoja un inicio, más que un comienzo.

Por supuesto, la llegada a Santiago será un momento vital único, pero también la sucesión de hechos y vivencias que estamos a punto de iniciar… otra vez iniciar, introducir a alguien, introducirse uno, en una ciencia o materia. Hay quien dice que el Camino de Santiago es un viaje iniciático; es curioso que esto lo haya escuchado sólo de gente que no ha peregrinado; quien sí lo ha hecho nada dice al respecto. ¿Será la confirmación de que así es?: otra buena razón para comenzar a andar.

miércoles, 9 de mayo de 2007

EL PIRINEO ES NUESTRO

ETAPA 1. RONCESVALLES-LARRASOAÑA.

Roncesvalles – Burguete – Espinal – Viscarret – Linzoain – Erro – Zubiri – Larrasoaña

30 de marzo. 27,4 km.

Quedan: 747,1 km.



No se puede dormir bien, demasiadas incertidumbres tratan de amedrentar el corazón del peregrino y de entumecer sus piernas, imposible descansar como la jornada nos va a exigir. Los sueños son reales, muy vivos, nos sucede a los dos. No podemos dar ya más vueltas en la cama. Nos levantamos antes de que suene el despertador. Pese a que son las siete de la mañana, es aún noche cerrada; cosas del cambio al horario de verano, de nuevo la paradoja, de nuevo la nieve, la niebla… de nuevo forzar la mente a que se despoje de costumbres que creemos inamovibles, inercias pesadísimas… De nuevo otra vida, de nuevo nosotros tal y como, sin más, a las 7,52 horas, poniendo el pie en la calle, miramos atrás, adiós Colegiata, adiós Roncesvalles, “hasta luego”, dice Pilar. Pues eso, hasta luego.

Arranca el Camino, nuestro primer Camino de Santiago.

La mañana tiene problemas para imponer su presencia, la noche cuenta con poderosos aliados: niebla, lluvia, nieve… blanco el cielo, blanco el suelo y las copas de los árboles, blancos los arbustos, blanco el mismo aire que respiramos, niebla espesísima que da trabajo a los bordones, cuidado dónde pones el pie, mal estaría averiarnos en el primer kilómetro.

Como ya habíamos comprobado, es imposible abordar el Camino en su comienzo navarro, mucha nieve, aunque lo pisamos en sus primeros centímetros, exigimos un tributo de magia del que nos sentimos acreedores, allí estamos, parados, diminutos, dejando que el momento nos abrace, nos mezca y, finalmente, nos impela, carretera abajo, hacia Burguete, “ultreia et suseia”, nos viene a la mente, nos lo dijo ayer el cura. Así sea, amigo, ultreia et suseia, aquí y en toda partes, ahora y siempre.

La niebla deja paso a más lluvia, no importa, nada importa ahora, ¿ha de llover?: llueva pues. ¿Tiene que nevar?: hágase; llenamos los pulmones de aire del Pirineo, de aire del Camino, sentimos que nada más necesitaríamos para llegar a Santiago que este aire frío y húmedo, el Camino se convierte por unos momentos en una larguísima única etapa en la que no andamos, volamos, puedo ver el Obradoiro, casi lo toco... me despierta a la realidad del andar pasito a pasito, metro a metro, cuando coincidimos con nuestro primer compañero de Camino, tiene gracia que tan significado encuentro sea con un tipo tan peculiar.

No carga macuto, arrastra un carrito pequeño y ligero que lleva fijado a la cintura con un arnés rígido de varillas de aluminio. Está parado en una acera, fumando. Buenos días, “bos días”, allí se queda, ya nos iremos viendo; se detiene con frecuencia, pero cuando avanza lo hace muy muy deprisa, hablamos unos momentos con él, es brasileño y se llama Sergin, tiene el gesto de quien nunca en su vida ha visto nieve. Brasileño, con coche y a toda velocidad, no podemos por menos que bautizarlo como Ayrton Senna. Será, con los días, un amigo para siempre.

Desayunamos tres kilómetros después de la partida en Burguete (nadie en Roncesvalles da un café antes de las ocho y media de la mañana), allí está Paco, con Jorge, malagueño, veintidós años, nervioso, muy excitado, diría yo que hasta amedrentado por el calibre de la aventura. No se ha preparado físicamente, estrena unas enormes botas de montaña y carga un no menos aparatoso macuto. La verdad es que yo también estaría inquieto en su tesitura. ¿Existe la cara de circunstancias? Si, las nuestras mientras Jorge enumera estas dificultades que ha añadido a su viaje.

Alternaremos con él toda esta etapa, va como una moto; lo de la falta de entrenamiento, si ha de notarse, será mañana, o pasado mañana, porque no vemos que el chaval acuse la dureza de la etapa ni quejarse de su calzado, de sus ampollas o de sus agujetas. Estamos seguros de que no halla preocupación ni temor que le impidan andar, y entonces los problemas para andar no aparecen. Posiblemente así debe de ser casi siempre, y con todas las cosas de la vida.

Paco y Jorge se envuelven en sus ponchos de lluvia y salen, nosotros desayunamos deprisa y poco, apenas el café con leche, queremos andar, andar, andar.

Seguimos carretera abajo, atravesando pueblines, hay niños bajo los dinteles de las puertas de sus casas de piedra protegidos de la lluvia, acaso esperando el autobús escolar, deben de estar acostumbrados a ver pasar a los peregrinos; sin embargo, se quedan mirando a cada uno que pasa, “buenos días”, saludamos, “hola”, contestan con respeto y alegría gran número de ellos.

Piensan, quizás, que un día serán peregrinos, sucederá el día en que dejen de mirar y empiecen a andar, el día en que quieran saber qué hay más allá, en el Camino, cuando el Camino deja atrás sus casas y sus vidas pidan más.

Sigue el andar ladera abajo por el asfalto, bastante tráfico, algunos conductores, en su mayoría extranjeros, nos saludan, buscamos ya una flecha amarilla que nos conecte con el Camino, que nos interne en esa espesura montaraz de pinos, de hayas y de abedules que se nos antoja llena de secretos, es un regalo deseando ser abierto, deseando sorprender tanto o más como sorprendidos deseamos ser… demasiada nieve aún, pero pronto, muy pronto estaremos pisando el barro milenario que llevaremos en las suelas de nuestras botas hasta las losas desgastadas de la Catedral de Santiago.

Docenas de senderos nos invitan a adentrarnos en la montaña, paciencia, paciencia; vemos a lo lejos, como destellos que pugnan por surgir de la niebla, los impermeables de Paco de Almería y de Jorge de Málaga, chillones colores, naranja uno, amarillo el otro, vemos a Sergin detenido de nuevo, tocando la nieve, enseguida nos adelanta a toda velocidad y al poco alcanzamos a los andaluces, se han parado a charlar con los canarios, María y Antonio, hermanos, que están almorzando, nos saludamos todos y enseguida ellos cuatro siguen carretera abajo, nosotros nos ponemos las capas de agua y ya, ahora sí, no hay nieve, sólo lluvia y fango, Camino arriba, hacia Erro, desde Mezquiriz, despacito, cuidado con no resbalar, piedras, regatos, agua que era nieve hace un momento, nieve que deshiela deprisa, deprisa quiere ser río, el bosque aboveda el Camino, flecha amarilla, todo recto, flecha, izquierda, flecha, derecha, flecha, flecha flecha…Ya no abandonaremos el Camino nunca, estará con nosotros hasta el último paso de nuestras vidas.

Subir, subir, subir es lo que toca, hasta Erro, se hace duro, pero pueden nuestros corazones hacernos volar. Vemos, al rato, también hacia arriba, a los canarios, van despacito, conversando, cargados en exceso, nos parece, charlamos unos instantes con ellos antes de adelantarles camino arriba, les preguntamos por “naranja y limón” y entienden perfectamente que nos estamos refiriendo a Paco y a Jorge “siguieron un rato por carretera”. Quizás los veamos más tarde, en Zubiri, o en Larrasoaña. O mañana, o nunca más.

Pausa prolongada en el Alto de Erro, fuera botas, fuera calcetines, fuera capas de agua, almuerzo de frutos secos y chocolate, y mucha agua… Sin niebla debe de haber un panorama único de estos montes y esos valles, querrá Dios que no nos rompamos nada, que nos fijemos más en el suelo que pisamos que en el paisaje que se esconde en la bruma.

Hacemos recuento de kilómetros, no sabemos si son demasiados o son pocos, ¿hace mucho que salimos?, ¿hemos ido deprisa, despacio?, preguntas de peregrinos novatos y, como tales, ebrios de Camino, sobredosificados de emoción. Pasa la carretera junto a nosotros, no hace mucho pasábamos nosotros por ella y ahora nos parece que la carretera la acaban de poner, nos resulta extraña.

Pasa Sergin “Ayrton Senna”, pasan los canarios, nos preguntan cuánto queda para Zubiri, no sabemos, miramos el mapa, alivio compartido, ¡sólo cinco kilómetros y medio!, y son cuesta abajo, festejamos todos la noticia, esto está hecho, a Larrasoaña sólo quedan otros cinco, y lo duro ya ha pasado… ¡qué candidez de peregrino bisoño! La bajada a Zubiri es infernalmente peor que la subida a Erro o a Mezquiriz, pero es lo que hay, despacito que todo llega, Hay barro, rocas y pendiente, hay agua discurriendo por cada grieta, cientos de regatos, esta trocha es una dura prueba… traspiés, uuuyyyyyyyy, resbalón, aaayyyyyy, torcedura de tobillo, carajo!!…

Enseguida, Venta del Puerto, ruinas de un hospital de peregrinos, allí está parado Sergin, contemplando la significación del lugar ahora convertido en establo, vaya enclave maravilloso para un hospital de peregrinos, saludamos al brasileño, seguimos, enseguida nos adelanta, él volando y su carrito volando detrás sobre las rocas que emergen del suelo y amenazan con enviarnos a casa mañana mismo, deja el testimonio de su paso en el barro, líneas paralelas que son la huella de las ruedas del carrito.

Vaya bajada. Esto nos dicen Paco y Jorge –Naranja y Limón– que nos alcanzan llegando a Zubiri, Paco despotrica, si lo llega a saber sigue por carretera, pero bueno Paco, no hay prisa y esto es mucho más bonito, se le ve estresado pero enseguida se le pasa, no tarda en asumirlo, se relaja y disfruta, en Zubiri decidiremos si continuar hasta Larrasoaña o terminar allí la etapa.

Llegamos los cuatro enseguida a Zubiri, cruzamos el río Arga por el puente de La Rabia (a más de uno y de una les daba yo un paseo por este puente para comprobar si hace honor a su leyenda) y entramos en el bar Baserri, sedientos, hambrientos y cansados, enormes bocadillos de chistorra nos devuelven a la vida, Pilar y Jorge se ponen el calzado de descanso, pero pese a ello la decisión de continuar hasta Larrasoaña es unánime ¿¡Quién dijo miedo!?

Estamos terminando el bocadillo cuando entran un joven pelirrojo muy circunspecto, australiano, menos de treinta, acompañado de una mujer agotada, mallorquina, más de cuarenta, que dice haber sobrepasado sus posibilidades físicas, se queja de dolores variados, no sabe si podrá continuar. Nos da la sensación de que le falta un pelín de espíritu, que es como la inteligencia del alma, exactamente lo que aquí viene bien para durar en el empeño, En el cualquier caso, el haber elegido al australiano como compañero de viaje y tratar de seguir su ritmo es un tanto temerario, pues es peregrino curtido (es su tercer Camino) y consumado andarín a pesar del descomunal macuto que lleva, de más de quince kilos según nos informa sin que se lo lleguemos a preguntar; muy rápidos el australiano y su ocasional acompañante, nos han ganado una hora en el trayecto hasta aquí andado.

Recomendamos paciencia a la mallorquina, que parece preferir no ir sola. Allí los dejamos comiendo lentejas y bebiendo vino con gaseosa, después de sellar la credencial; nuestra primigenia idea es sellar sólo en los lugares donde pernoctamos, pero la camarera, frescor navarro donde los haya –seguro que esa sonrisa sabe a pacharán– nos lo ofrece y accedemos, nos hace ilusión.

Arrecia la lluvia, nos envolvemos en nuestros respectivos plásticos y cruzamos en sentido contrario el Puente de la Rabia para retomar la margen izquierda del Río Arga, que nos llevará hasta Larrasoaña. Paco decide ir por carretera, nos parece que anda presuroso por llegar no sabemos adónde, sus razones tendrá, así que vamos Pilar, Jorge y yo; es un bonito paseo vespertino, en poco más de una hora estamos en Larrasoaña, cruzando otro precioso puente (el de Los Bandidos), el Camino está lleno de puentes construidos ex profeso para los peregrinos, grandes pontoneros jalonan la historia jacobea como artífices del fundamental significado de su traza.

A las cinco de la tarde, nueve horas después de la salida, terminamos la primera etapa con gran paliza corporal y creciente excitación espiritual, nos sentimos peregrinos de arriba a abajo y de izquierda a derecha.

Acompaño a Jorge al albergue de la localidad, donde él dormirá, y aprovecho para sellar las credenciales; el refugio está regentado por el sin par ex alcalde de Larrasoaña y famoso personaje jacobeo Santiago Zubiri, quien nos recibe en su despacho con hospitalidad y cierta solemnidad, nos sella y rubrica la credencial y nos invita a escribir algo en su libro de firmas, “todo el que repite quiere leer lo que escribió el año anterior”, nos dice, y anotamos nuestros saludos mientras Zubiri nos da su tarjeta: “Santiago Zubiri. Amigo del Camino de Santiago”; “yo soy Santiago –dice–, pero no de Compostela, sino de “compóntelas como puedas”.

Allí nos despedimos de Jorge, confiando en caminar juntos también al día siguiente. No lo volvimos a ver. Pasarán los días y comprobaremos que se hacen amigos de una jornada, o de dos, y resulta extraño no ir junto a ellos ya para siempre, sobre todo cuando son los primeros compañeros de ruta, pero claro, cada uno lleva su ritmo. Y también el tiempo nos enseñará que hemos venido a andar sin demasiadas compañías; o sea, que es normal que perdamos de vista a Jorge. Nada es azar.

Sangalo, el propietario del café-bar-restaurante-pensión Larrasoaña nos acoge con cariño y un punto de caridad, tal debe de ser nuestro aspecto cuando entramos en el establecimiento, nos sentimos entrañablemente alojados, como en casa de un amigo, ducha y paseo para estirar los músculos y tendones y para evitar las agujetas de mañana, abre la tarde, sale el Sol, mañana hará buen día, vaticino, pasándome de listo, mientras volvemos a casa de Sangalo, Allí está Paco recién aseado, tomando un vino, tomamos un vino con él, charlamos con Sangalo, hablamos del Camino, claro, no podía ser de otra manera; cenamos pochas con verduras y a dormir antes de las diez.

Qué buen comienzo: esto promete… y parece que cumple.

sábado, 5 de mayo de 2007

NO ES LO MISMO LLEGAR ANDANDO

ETAPA 2. LARRASOAÑA-PAMPLONA

Larrasoaña – Akerreta – Zuriain – Zabaldika – Trinidad de Arre – Villava - Burlada – Pamplona

31 de marzo. 15,9 km.

Quedan: 719,7 km.

El pronosticado buen día amanece con chuzos de punta, truenos y centellas. No cabe duda, valgo para hombre del tiempo.

Sangalo nos tiene listo el desayuno, allí está Paco, medroso, viendo llover, a la gente del Sur le fastidia muchísimo la lluvia, con lo tonificante que resulta, está contrariado, se pone su capa color naranja chillón y dice que se va a Cizur por carretera, que no quiere más barro, nos emplazamos para cenar en Puente La Reina mañana por la noche, nosotros hoy nos quedamos en Pamplona. “Hasta mañana”, nos dice, “hasta siempre Paco”, contestamos a coro Pilar y yo, intuyendo con desazón que no lo volveríamos a ver, al menos en este Camino, él parece saberlo, hay despedida en sus ojos, afecto infinito en su abrazo, ¿adónde fuiste, Paco?, pasaron los días y te buscamos al final de cada etapa, entramos en los bares, preguntamos por ti en albergues y hostales, pero nada, al tercer día te perdimos la pista, queremos que sea un “hasta luego”, primer compañero, amigo peregrino, hemos compartido contigo los primeros metros del Camino, el primer vino, la primera cena, las primeras emociones, las primeras lágrimas...

Llueve mucho, terminamos de desayunar un punto tristes por la sensación de separación indeseada producida tras la marcha de Paco, Sangalo lo aprecia, no nos dice nada pero nos mira con cariño de abuelo; mira Sangalo hacia la calle, entra el australiano, entra la mallorquina, viene la pobre ya cansada, allí los dejamos desayunando; nosotros, capa en ristre y a andar, no rechazamos a nadie pero queremos ir solos, sin otra compañía que la de la naturaleza, que la del el río Arga, abundantísimo, apenas dando cauce a la nieve que más arriba se deshace demasiado rápido, en algunos tramos el río está a punto de desbordarse, ese agua que ahora pasa es la nieve que pisamos ayer en Roncesvalles; a la izquierda, vegetación profunda, un muro vegetal de helechos y zarzas devora los árboles, hayas y coníferas cubiertos de hiedra, flecha, adelante, flecha, derecha, flecha izquierda, flecha, flecha, flecha, agua en la bruma, agua en la lluvia y mucha, mucha agua en el Arga, tanta agua es mucha vida, mucha hermosura y más paz, tanta que no nos creemos que la naturaleza sea capaz ella sola de hacer todo esto.

Hemos visto a Paco a lo lejos, por la carretera, sabemos que es él por el fulgor de su impermeable, muy apropiado para caminar por los arcenes en días brumosos como estos, deprisa, deprisa, tiene prisa, definitivamente.

Las flechas nos alejan del río, qué lástima, es lo que toca, y allí está la malagueña, la vimos en la misa del peregrino, menuda, pizpireta y curiosa, ahora camina despacio, con un macuto literalmente más grande que ella, una bolsa de carrefour en la mano izquierda y un paraguas abierto en la derecha, además de la capa de agua y un gorro de lluvia de barbour, nos saludamos, continuamos, aprieta el paso para alcanzarnos, quiere un palique que no estamos en condiciones de proporcionar, se queda atrás.

A los pocos metros cruzamos la nacional camino de una poco empinada ascensión, descansamos y almorzamos antes de empezar a subir, y la malagueña no pasa, ¿se habrá partido por la mitad? Atrás la vemos, enfilando la carretera, camino de Pamplona.

Esta etapa es corta, pero acusamos el cansancio, la paliza de ayer, sobre todo Pilar, menos entrenada, paramos a menudo, las veces que haga falta, cada pendiente se le antoja el Himalaya, despacito llegamos a Trinidad de Arre, de nuevo el Arga, de nuevo un puente medieval para el Camino, excepcional, con la Basílica a sus pies, donde se enclava el refugio de peregrinos.

Despacito seguimos por Villava, busco a Induráin, pero no lo veo, ya no dejaremos calles y carreteras hasta el final de la etapa, pero aún queda un buen paseo, no hay prisa, vamos llenos de barro, otra vez el barro, un paisano que se cruza con nosotros nos desea “buen Camino”, qué ilusión, es la primera vez que lo oímos, nos anima, aligera nuestros pies, andamos un poquito más felices, Burlada llega y buscamos un bar para tomar un refresco, el primero que vemos, pues adentro, es una herriko taberna cuyo aire densificado por el humo del hachís relaja a todo el que entra, dos cañas, unas fotos y a seguir, con risa floja de porreros, despacito, Pamplona esta ahí, Portal de Francia, Navarrería, despacito, Pilar agotada, ya estamos en el hotel, el mismo de nuestra llegada hace dos días.

Le sorprende a la chica de la recepción volver a vernos, esta vez venimos andando, nuestro aspecto es bastante más lamentable que la última vez que estuvimos aquí, nos acribilla a preguntas mientras nos acompaña a la habitación. Relajada ducha y a comer, ya es tarde, apenas unos pinchos antes de subir a descansar, masaje en los pies, masaje en las piernas, todo huele a alcohol de romero, es un aroma que me llevo a los sueños de mi siesta.

Damos un paseo por Pamplona, otra vez, ¡qué bonita, Pamplona!, cenamos, también, unos pinchos. A las 21,30, durmiendo.

VIENTO Y LÁGRIMAS

ETAPA 3. PAMPLONA – PUENTE LA REINA

Pamplona – Cizur Menor – Zariquiegui – Uterga – Muruzábal – Óbanos – Puente La Reina.

1 de abril. 23,5 km.

Quedan: 704,5 km.



La noche ha sabido a poco, y no es el eslogan de un ron caribeño.

El alcohol de romero de la siesta, aquel que llevé a mis sueños, volvió de ellos para impregnar el aire de la habitación como el invierno impregna de hielo el alma de la noche, la hace hibernar hasta que llega la primavera.

El desayuno es un buffet que se nos indigesta sólo con verlo. Café y una tostada que es media, como mitad es el descanso habido esta noche, hoy hay cuesta, Alto del Perdón, suena categórico, apostólico y bíblico, suena a culpa y a penitencia, a dolor y a sufrimiento, pero no, tanto sonar a cosas temerosas para luego esto, erró el tiro el miedo, casi siempre yerra pero es tarde para darnos cuenta, el miedo es así, traidor, taimado; hay subida pero no dolor, ni mucho menos fue como para ser perdonado, fue para dar gracias por estar arriba, Navarra a un lado, Pilar señala el Pirineo, Roncesvalles, Mezquiriz, alto de Erro, de ahí venimos, Pamplona… ¡qué lejos parece todo!, al otro lado casi Castilla, primero La Rioja, y antes lo que queda de Navarra por andar y lo que no se anda pero acompaña, como Urbasa, al Norte, no hay más remedio que ir alejándose de esta tierra de peregrinos y bajar a otra donde está el océano de la soledad, no hay escapatoria, bajar por las piedras, bajar El Perdón.

Antes de todo eso, al salir de Pamplona, hemos visto gestos antipáticos, transeúntes enfadados, con seguridad se trata de una impresión errónea, o distorsionada, achacable a la falta de sueño y a dos días sin ver apenas gente; mucha acera, asfalto y semáforos, humo de autobuses y prisas de hora punta, el Camino no quiere dejar de recordarnos de dónde venimos, a qué no nos queremos enfrentar al venir a andar, ¿huida?, quién lo sabe, un poco a lo mejor sí.

El Sol quiere aparecer de entre las nubes y logra imponerse cerca de Cizur, vemos nuestras sombras alargadas sobre el arcén, por delante, nos devuelven y aguantan la mirada, más como espejos que como siluetas mudas con las que el suelo nos contesta, vemos lo que somos y, al verlo, empezamos a saber a qué hemos venido, y también qué damos; todo es un trato, do ut des…

Pasa Cizur (El Menor), acaba al fin el asfalto, la persistencia impertinente de la vida moderna desaparece al punto, suaves rampas nos conducen al alto, los aerogeneradores nos engañan con la distancia, ¡parecen tan cercanos!, lejos están, grandes son, el suelo está embarrado, sorteamos el fango cuando se puede, lo pisamos sin miedo cuando no hay más remedio, chop, chop, chop, chop, adelante, adelante, adelante; allí está sentada, sobre una piedra, Mary Poppins, enjuta y curtida, cincuentona, determinada a llegar a Santiago pese a su nulo entrenamiento, paraguas en mano camina y asciende, nos pregunta si las marcas blanquirojas del GR coinciden con las flechas amarillas, sí en Navarra, “viele danke” nos dice, es alemana y se llama Elga, arriba la volveremos a ver después de subir, despacio, se cansa Pilar, agotamiento, lágrimas de impotencia y de cansancio, “no es por la cuesta, es que no puedo más, me está venciendo”, paramos, no llores, el cielo está ahí, a unos cientos de metros, descansamos, respiramos, el viento hiela, mucho viento, mucho, claro, ahí están los molinos para recordar que este es un sitio donde el viento nace, ya estamos, ¿ves?, no ha sido tan difícil, “no lucho con el Camino, lucho conmigo”, me dice, “batalla ganada”, respondo.

Termina el viento al comenzar el descenso, cuidado, muchas piedras sueltas, fácil llevarse un esguince de recuerdo hoy a casa, más trabajo para los bordones, no dura demasiado el tramo con desnivel, varios peregrinos nos adelantan, uno viene deprisa, viste hábito, con capucha y todo, un escapulario en la cintura y un rosario en la mano, calza sandalias abiertas, es curioso, lleva los pies limpios a pesar de los barrizales de la subida, habrá levitado, me dice Pilar, pues sí, eso parece, es un verdadero penitente, en la forma y en el fondo, no cabe duda.

El descenso es suave y ondulado, La Rioja quiere llegar, máquinas de obras públicas se ven no demasiado lejos, esto es, demasiado cerca, andando seguimos, vuelve la lluvia, más barro, Uterga a un paso, una caña y una bolsa de patatas en el albergue-casa rural-bar del pueblo, están dando muchas comidas a los operarios de las obras, qué inesperado negocio para un alojamiento rural y albergue de peregrinos, no van a hacerle ascos, por supuesto.

Camino ya de Óbanos, confluye el Camino Aragonés, el que viene de Somport, con este Francés por el que vamos; Óbanos, con su Misterio de representación popular, pasamos de largo el desvío a Santa María de Eunate, no iremos al octógono templario, que me está llamando, llamando, llamando, me dice “ven a verme, quiero verte”, me quedo con las ganas, otro año será, dos kilómetros de ida y dos de vuelta, no le puedo pedir eso a Pilar, aprecio más de lo que ella cree el esfuerzo de haber llegado hasta aquí, despacio todo se anda, pero cuatro kilómetros con su cansancio son subir los Alpes; lluvia, viento, barro y capas de agua que nos azotan por el temporal.

Vemos por primera vez turistas accidentales, peregrinos sin macuto, bueno, minúsculo macuto, no se vaya a pensar que van de vacío, no vayamos a creer que sus cuestas son menos empinadas que las nuestras, su viento menos helado y espeso… más tarde, y después y más días los iremos viendo, italianos de la RAI, toda una trouppe para un programita radiofónico diario de unos minutos, estos italianos cómo son, haremos después amigos con los que van dando el relevo, con el equipo de producción, entrañable cariño vamos a entablar pero aún no lo sabemos, este melenitas se nos antoja un poco divo, tiene luego detalles feotes en Puente La Reina, y en Estella después, y más adelante en Los Arcos, da igual, los divos son así; este obliga a su corazón a ceder el paso al ego.

Estamos ya muy cerca de Puente La Reina, más incluso de lo que creemos, Pilar, agotada, no sabe qué hacer con sus pies, mientras lo piensa estamos en el Jakue, ya hemos llegado, una amable señorita pone a nuestra disposición el albergue “privado” del que dispone el establecimiento, claro, llevamos barro hasta en la cara, “gracias, tenemos habitación reservada”, y entramos a la recepción dejándolo todo perdido, registro, de nuevo compasión en la mirada de una recepcionista, y al ascensor, entramos y entran dos más después, son los italianos que nos adelantaron, el ascensor va demasiado cargado, “ya subo yo andando”, digo, los divos italianos lo aceptan con provinciana naturalidad, mirando al techo como si no fuera con ellos, da igual, llego al segundo piso casi a la vez que el ascensor, pasan delante de nosotros, ni hola ni adiós, ni gracias ni de nada, Pilar y yo nos miramos y nos reímos del figurín transalpino, es una mezcla de Julián Lago y Juan Pardo, nos reímos más ante esta gracia tan graciosa, su mala educación no restará un ápice de placer a la ducha y siesta que nos esperan.

Eso sí, antes de la siesta y después de la ducha, algo para comer, de nuevo llegamos tarde para comer caliente, nos hubiéramos despachado un buey con habas, da igual, hacemos de la necesidad virtud, unos pinchos y descanso, que es mejor dormir sin llenar demasiado el estómago, ya cenaremos, seguro que hay aquí sitios donde proceder, la cafetería está llena de italianos, es aquí donde nos cuentan lo de la RAI, pues nada, a disfrutar raieros, que para eso viene uno a España a trabajar en comisión de servicio, alucinante, al menos son veinte, vinos de marca y güisquis escoceses, se nota que disparan con pólvora del RAI.

Luego sí, luego ya no queremos más premio que el sueño que la noche nos sustrae, un rato con las piernas en alto, hundidos en el colchón, mientras lo pienso mqdo drmidozzzzzzzzzz…..

Hay que salir luego a pasear, este lugar merece la pena, lo primero es ver el puente que da nombre a la villa (la reina del puente es la esposa de Sancho el Grande), impresionante puente, muy peregrino, tan peregrino como el río Arga; sólo otro puente, que veremos dos semanas más tarde, sobre el río Órbigo, está a la altura de este, que yo recuerde ahora, pues no anoté esta precisión en el cuaderno de viaje. La calle mayor es LA CALLE, es el Camino mismo de lado a lado del pueblo, iglesias, varias… a lo que vamos, habíamos quedado en vernos aquí con Paco de Almería, no está en los hostales, ni en los restaurantes, en uno entramos y nos sentamos a cenar, sopa de ajo, lomo a la plancha, vino navarro, y dos mesas más allá está el australiano con otros angloparlantes, uno de ellos predomina en la conversación, se maravilla con su relato y maravilla a los demás con la fuerza de su palabra, con el fuego de sus ojos, misticismo beligerante y vehemente que hipnotiza a los demás; antes de marcharnos nos acercamos a la mesa y los saludamos a todos, en especial al australiano, hola amigo, cuidado con el orujo, llevan casi dos botellas, una de blanco, otra de hierbas, “very good para los pies”, dice, “very, very”, sonreímos.

A la vuelta pasamos por el albergue para sellar la credencial, hasta mañana no será posible, nos dicen, están allí los canarios, está Sergin “Ayrton Senna”, esta Leo, algecireño, charlamos un rato con ellos, y claro, les preguntamos por Paco “uy Paco, debe de estar en Logroño, va a toda pastilla”, vaya record, nos despedimos de todos, nos seguiremos viendo estos días; los vínculos personales con los peregrinos de los primeros días se nos antojan más estrechos que los de después; será porque más tarde todos nos acostumbraremos a ver a otros peregrinos; será porque andando andando, acabamos concentrados más en el andar que en relacionarnos.

Antes de acostarnos hacemos repaso de equipaje, y vemos que nos sobran unas cuantas cosas. Las metemos en una bolsa de basura que dejamos en la recepción mañana a la salida, vendrán de Seur a recogerla, entre los dos debemos de habernos quitado unos tres kilos, ¿no se supone que llevábamos lo estrictamente imprescindible?

Chispeaba cuando llegamos al hotel, llueve persistentemente cuando nos acostamos, el agua golpetea en el tejado toda la noche. Nos empieza a apetecer un día soleado.

EL BARRO TAMBIÉN ES CAMINO

ETAPA 4. PUENTE LA REINA – ESTELLA

Puente La Reina – Mañeru – Cirauqui – Lorca – Villatuerta – Estella

2 de abril. 21,8 km.

Quedan: 681,0 km.



Toda la noche lloviendo, pero amanece con claros, van las nubes en dirección contraria, otra vez poco desayuno y a la calle, traquetean nuestros bordones contra las piedras del puente que da nombre al pueblo, piedras que están ahí para nosotros, los peregrinos, estamos aquí ahora para franquear una vez más, la última, el río Arga, también aquí baja lleno, estas piedras de este puente son la historia misma del Camino, y a fuerza de pasar por estos sitios (estos puentes, pasos, catedrales, arcos…) el espíritu nos revela curiosos pensamientos, y el cuerpo sensaciones nuevas.

La mañana abre definitivamente, vemos el Sol, parece que nuestro anhelo se cumple, gracias, la etapa de hoy es bella y sencilla, al menos sobre el papel: fíese usté de los papeles, de las guías, de las apariencias, fíese usté de que las cosas sean como parecen, así pasa, equivocarse es el deporte nacional porque prevemos sobre apariencias… obras públicas que se tragan el Camino y todo el barro del mundo serán hoy lo que hará que las cosas sean muy distintas a como suponemos.

El Camino, a la salida de Puente La Reina, está marcado para tomar vías alternativas, entre enormes máquinas y empinadísimos taludes, está encarrilado entre cintas plásticas, ¿Y el Camino? Deglutido por las obras. Por carretera vamos hasta Mañeru, peligroso arcén, muchísimo tráfico, enseguida entramos en ese primer pueblo, al que accedemos por un embarradísimo camino, tomamos un café y hay en el bareto un trío de peregrinos franceses, un hombre y dos mujeres, que nos saludan con simpatía, y lo propio hacemos. Aprovechamos este ratito en el bar para realizar algunas reservas, empieza la Semana Santa y la cosa del dormir puede ponerse complicada.

Hacemos nuestras llamadas, un pis y en marcha, callejeamos un poco y ya vemos, en un promontorio, el compacto casco urbano, otrora fortificado, de un nido de víboras que se llama Cirauqui, pero antes deberemos recorrer un tramo embarrado en el que batimos record de lentitud; no hay opción: si elegimos una senda alternativa por encontrar un pedazo de suelo medianamente firme, enseguida vemos que la elección es la peor posible; hacia Cirauqui pero despacio, despacio, muy despacio, más de tres horas desde el desayuno para llegar a este pueblo, apenas ocho kilómetros… Sin embargo, hace Sol, el campo grita de verdor, andar tan despacito por el barro evita la aparición de ampollas y no exige demasiado de las agujetas de Pilar; y, bueno, es nuestro cuarto día y estamos aquí, enteros y más vivos que nunca. ¿Se puede pedir más?

Entramos en Cirauqui y dedicamos alrededor de un cuarto de hora a despegarnos los doscientos kilos de arcilloso barro que, como mínimo, tenemos en cada uno de nuestros cuatro pies. Un cirauqueño (¿se dirá así?) nos dice que estuvieron a punto de echar grava en este tramo del Camino, pero que finalmente se decidió que no, que debía quedar en su estado original… ¿Estado original? ¿Y por qué aran entonces el Camino? En realidad no importa si el trazado discurre dos metros más arriba o un kilómetro más abajo, esto es un debate recurrente a lo largo de la peregrinación; nosotros creemos que no se debe ser demasiado purista en esto, que no es fundamental, ni siquiera relevante; sostenemos que el trazado original (salvo en señaladísimos lugares que gozan de especial significación jacobea) no existe como tal, niego la mayor, por esa regla de tres el Camino de Santiago discurre por carretera y autovía ¿Se trata de esto? Creemos que no.

Tomamos unas mandarinas, bebemos bastante agua, empiezan a llegar peregrinos con barro hasta las cejas, pasan dos que son de Lorca (Murcia) y les hace ilusión la etapa de hoy, porque atraviesa Lorca (Navarra), pasan los tres franceses que vimos en el bar de Mañeru, Una de las mujeres, de unos 65 años, lleva un macuto tan grande que apenas puede abordar una pequeña rampa, le tiemblan las rodillas, se tambalea, debe recuperar el equilibrio, rehacerse a cada paso con ayuda de sus dos bastones.

Saramago dijo: “No sabe la juventud lo que puede, no puede la vejez lo que sabe”.

Más tarde los volvemos a ver, la mujer sobrecargada nos reprocha (eso nos parece al menos) que nuestras mochilas son demasiado pequeñas, sin duda cree que vamos con coche de apoyo, pues no, amiga mía, simplemente no es necesario llevar tantos bártulos, y menos cuando no se está en la mejor forma.

Discuten entre ellos en francés; no entendemos qué dicen, pero juraríamos que el hombre, que tiene pinta de ser el marido (con pertrechos mucho más livianos), le riñe por causa de su exceso de equipaje, “ya te lo dije”, parece aseverar y ella lo deja con la palabra en la boca y renquea unos metros más antes de detenerse de nuevo para girarse sobre sus maltrechos talones y vociferarle algo. Allí los dejamos, lamentamos ser el origen o causa de una disputa conyugal de respetables proporciones.

Lo cierto es que a partir de ese momento me empiezo a fijar en el volumen de las mochilas, y salvo contadísimas excepciones, todo el mundo lleva mucho más equipaje que nosotros, lo que hará a alguno, días después, una vez más, pasarse de listo con nuestra impedimenta, “mira, peregrinos sin petate”, “que no, que no llevamos coche de apoyo, pero, qué carajo, nada pasaría si lo lleváramos, peor para nosotros pero nada más”, venimos a decir, un poco hartos de un purismo jacobeo que, como todo purismo, deviene en moralina pacata y sectaria.

Enfilada la salida de Cirauqui una señora nos dice que ya no hay más barro, pues un tramo importante discurre sobre la calzada romana, y que en el resto hay grava; lo celebramos, porque al ritmo que vamos no llegaremos a Estella antes del anochecer.

Antes de abandonar Cirauqui, el Camino pasa bajo un arco románico en el que hay un pretil con un sello; sellamos, pues, la credencial. Nos parece una iniciativa inteligente, una manera de que Cirauqui, que no debe de ser punto de partida o llegada de casi nadie, figure en las credenciales de casi todos, consiguiendo así cierta notoriedad en comparación con tantos y tantos pueblos que jalonan el Camino y que lo ven pasar sin beneficio alguno, tan de moda como está ahora.

Tomamos la calzada romana, o lo que queda de ella, viajamos ya hacia Lorca, el Sol aprieta –se agradece–, fuera cazadoras y polares, algo de barro pisamos, pero no mucho en comparación con la merendola que nos hemos despachado esta mañana, un caminar especialmente feliz nos traslada ahora, vamos teniendo conciencia de la distancia recorrida, sentimos que el transcurso de las jornadas troca las incertidumbres enormes de la partida en serenas certezas de peregrino.

Sobrepasado un suave altozano, el rumor de motores que venimos oyendo desde hace un rato confirma nuestro temor: más obras, más máquinas, más asfalto. Lo aceptamos de buen grado, hay que hacer carreteras, pero nos parece una broma de mal gusto el que tracen un “desvío provisional” (sic) del Camino, marcado con cartelitos de “disculpe las molestias”, consistente en una innecesaria y zigzagueante ghymkana por un embarradísimo barbecho, para terminar en un túnel bajo la carretera que estaba ahí mismo; la ocurrencia, porque no podemos calificarla de idea, nos hace pensar que hemos venido a andar, pero para andar así, no; tampoco hay que abusar. En fin. Ingenieros que resuelven todos los problemas (incluso los metafísicos) con regla de tres.

Allí estamos otra vez con toneladas de barro en los pies, no sabemos si llevamos botas o si nos las hemos dejado de recuerdo en el barbecho, nos reímos a carcajada limpia de nuestro aspecto sucio, tenemos cepellones en vez de piernas, nos acaban de arrancar de una maceta, rebañamos el barro y sí, alivio, aparecen las botas, siguen en los pies, siguen también los pies en las piernas. ¿Cuántas veces hay que meterse en el barro para poder llegar a donde se pretende? Pues eso.

Aseados, en parte, (es un decir) de rodillas para abajo, nos sentamos a almorzar, vemos a lo lejos a un peregrino que hubiéramos jurado que se acercaba volando de no ser porque es imposible; enseguida está a nuestra altura, se detiene y charlamos un rato, es de Pamplona, va a 40 kilómetros diarios, ha caminado ya unas cuantas veces a Santiago, tiene pocos días y muchas fuerzas, es delgado y menudo, puro nervio, nos despedimos y hala, a correr, adiós, “corricolari”.

Al poco de recomenzar la andada Pilar se agota, pájara perdida, nos sentamos en una sombra, se quita las botas y le hago un masaje en los pies, algo le tonifica, se pone el calzado de descanso, más cómodo, y seguimos hacia Estella, despacito. Más adelante soy yo el que tiene que parar, enorme flojera, chocolate a palo seco, nos hemos quedado sin agua, bueno, queda ya poco, tenemos que revisar la política de avituallamientos, algo estamos haciendo mal.

Vemos a Elga-Mary Poppins, camina junto con dos franceses que vienen de Nimes, vía Somport, llevan 33 días andando, nos dan agua, (gracias, gracias, gracias) los dejamos en su descanso, Estella está ahí, al otro lado de aquel collado, despacito llegaremos enseguida, siempre se llega enseguida cuando se va despacito, ya estamos, zona industrial y gasolineras. Entramos en una para comprar agua, me resulta familiar el sitio, claro, aquí llegamos buscando provisiones el día del Pilar de hace dos años, estábamos en una casa rural en Zudaire y nada había abierto, vinimos entonces a esta gasolinera, la empleada nos atendió, al principio, en euskera, y nos dijo que estaba todo cerrado por ser fiesta, “sí, la de la Hispanidad”, contesté, y me quedé más ancho que largo.

Al mismo centro vamos de esta ciudad nacida por y para el Camino de Santiago, llena de iglesias de muy distintos estilos, con su puente medieval, sobre el Ega, a punto, como el Arga, de desbordarse. Nos cuenta la historia de la ciudad y sus bien provistas dotaciones actuales una señora que nos acompaña hasta la puerta de un tugurio llamado “Hostal Cristina”, donde pasaremos la noche.

Mañana hay un criterium ciclista que sale de aquí, gran trasiego de coches de los equipos, montaje de vallas, camiones de TVE, etcétera, mucho ruido para nosotros, me dice Pilar mientras le doy un nuevo masaje en los pies.

Salimos a dar un paseo y a ver cosas, sellamos la credencial en el albergue, vemos a los canarios, están bastante cansados, con los pies dentro de sendos barreños de agua con vinagre y sal. Las ampollas los amenazan seriamente.

Las pájaras sufridas durante la jornada de hoy nos recuerdan, como gusanos que se arrastran por nuestras tripas, que no comemos decentemente desde Roncesvalles, así que decidimos cenar en condiciones. Estamos en Navarra y sería imperdonable no hacerlo. Reservamos mesa en un asador, y mientras nos revelan nuestros primeros dos carretes, tomamos un vino en un bar de la plaza; entran en el local el australiano y sus contertulios de la cena en Puente La Reina (a la mallorquina no la volvimos a ver), vienen a cenar el menú del peregrino, que en este establecimiento parece ser famoso más por cantidad que por calidad; le comento al antipódata que me llamó la atención la vehemencia espiritual del discurso de uno de sus amigos, un hombre de unos 60 años, de aspecto irlandés (resulta ser estadounidense), “si, claro –replica en un metálico y áspero español– es que estos que vienen conmigo son “curros”… ¿eh? ¡ah, curas! “si, eso, jajaja curas”…

Nos hace ilusión ver nuestras primeras fotos, no ha pasado ni una semana y nos parece, al mirarlas, que son de las vacaciones del año pasado. Compramos allí mismo dos nuevas cámaras de un sólo uso y nos vamos a cenar, tenemos hambre, mucha hambre, espárragos y alcachofas, y rodaballo al horno; apuramos el aperitivo cuando entra el divo de la RAI, nos conoce de sobra, hemos caminado juntos, pasa a nuestro lado, y hago ademán de levantarme para saludarlo cuando mira de frente y pasa de largo, la cara de gilipollas que se me queda es proporcional a su memez. Viene con otros de su equipo, allí al fondo se sientan, cenan ruidosamente, gritan, beben como cosacos, ríen como corsarios.

Hemos cenado muy bien. Subimos a dormir. Antes, estas líneas, mientras ponen Ben-Hur en la tele; es la Semana Santa, y este filme es un fijo en la programación televisiva, como “Sisí Emperatriz” en Navidad o “Verano azul” en las tardes agosteñas.

Me quedo dormido en la carrera de cuádrigas.

viernes, 4 de mayo de 2007

UNA FUENTE QUE DA VINO

ETAPA 5. ESTELLA – LOS ARCOS

Estella – Ayegui – Azqueta – Villamayor de Monjardín – Los Arcos

3 de abril. 21,8 km.

Quedan: 659,2 km.



Nos levantamos, como casi todos los días, al amanecer, esto es, alrededor de las 7; sin embargo, hoy nos hemos despertado antes por el trasiego de la logística callejera que organiza el montaje de vallas y podiums para la carrera de bicicletas, el Criterium Miguel Induráin, que se disputa en los alrededores de Estella, con salida y meta en esta localidad. Son los sonidos del despertar urbano, que se unen a los alcohólicos cánticos regionales que toda la noche han amenizado el forzoso duermevela de este vecindario al que ocasionalmente pertenecemos.

Es la quinta jornada de Camino y, durante el desayuno en un bar de la plaza, analizamos nuestro estado físico y mental y el acierto o error en nuestro planteamiento andariego. Pilar ha pasado algunos momentos muy difíciles, y no estamos dispuestos a que eso siga sucediendo. El sufrimiento es, para nosotros, ingrediente, no finalidad ni objetivo en el Camino de Santiago. En primer término, hemos comprobado que nuestra alimentación no es la adecuada; después de la reconstituyente (que no opípara) cena de anoche, hoy desayunamos tortilla española que acaban de sacar de la cocina, zumo de naranja, pan tostado y café; dar cuenta de este desayuno es una muy poco difícil decisión estratégica que nos llena de energía las piernas y el corazón. Por ello, decidimos que comeremos algo, con hambre o sin ella, cada hora y media, en que aprovecharemos para detenernos, con o sin cansancio, y sentarnos al menos quince minutos, independientemente de las visitas que hagamos a monumentos.

Decidimos también no preocuparnos por la supuesta dureza de las etapas, porque vemos que esto condiciona nuestra manera de afrontarlas. En resumen, comer más y mejor, descansar con frecuencia, disfrutar más del paisaje y no preocuparnos de lo que no tiene remedio (o parece no tenerlo), porque no ha de ser tan duro o difícil como parece.

El resultado será espectacular, porque el acierto es total. Empieza un nuevo Camino, otro, distinto…; días después nos damos cuenta de que no es que nos hubiéramos equivocado en la manera de peregrinar en esta ruta, es que el Camino no le cambia a uno en diez minutos.

Oiremos mucho más, mucho mejor, lo que el Camino dice, que es puritita verborrea, más vida misma, mucha vida. Ahora sí, ahora todo cobra perspectiva, todo tiene más sentido, y eso que no hay sentido que valga en nuestra búsqueda, si es que hay búsqueda que valga, menudo sinsentido.

Sabios como ancianos, ingenuos como niños… de verdad que ahora empezamos el Camino de Santiago.

Pero antes de todo eso tenemos que ponernos en marcha.

Recogemos de la pensión estellense nuestros aperos peregriniles, pagamos a gusto por un mal servicio (embobamientos jacobeos que vienen y van) y partimos hacia Los Arcos, nos apetece mucho esta etapa: beberemos el vino que, según dicen, mana de una fuente junto al Monasterio de Irache, y recorreremos luego, al principio del final de la etapa de hoy, un gran tramo de doce kilómetros sin pueblos ni aldeas ni carreteras ni nada de nada: sólo Camino, sólo ella, sólo yo, sole-dad; Camino y soledad, embroque que abre los ojos del corazón a la luz del conocimiento, y las ventanas del alma a las brisas de la certidumbre.

Ayegui llega antes de entrar en Ayegui, no sabemos si hemos llegado al pueblo o el pueblo ha llegado a nosotros desde Estella, no hemos salido de uno y ya estamos en el otro, farmacia y vaselina, ¿hay tienda?, “si, más arriba”, hay que concentrarse en lo de los víveres, allá vamos, “por favor señor tendero, algo que alimente mucho y pese poco”, pan bimbo, cuarto y mitad de salchichón, un kilo de naranjas y agua de Lanjarón, gracias, “de nada” no es que poco pese esto, es que pesa en mi mochila más que las millas andadas; de necesidad virtud, de necedad, vid, no es juego de palabras, es la abreviatura del círculo vinícola.

Tiene muy buena pinta la mañana, reventando está la primavera en estos campos, en los bosquecillos que atravesamos hacia arriba para llegar a la fuente del vino y… ¡Caspita, es cierto!, qué regalo para tanto vinolari como circula por el Camino (ojo, que no se puede llenar la bota, aviso a listillos), una placa dice:

"Peregrino si quieres llegar a Santiago
con fuerza y vitalidad
de este gran vino echa un trago
y brinda por la felicidad”.

Bebemos, bebe Sergin también y bebe un peregrino tarraconense que viene desde Somport y que nos hace una foto y una le hacemos con su cámara. Sergin espera a que sean las diez de la mañana, aguardamos con él para andar un rato juntos, a esa hora sus amigos de Brasil se conectarán con la webcam que aquí hay para saludarles y brindar con ellos, cosa que hace y salimos los cuatro camino del Monasterio, que entramos a visitar, nos encanta pero los pies mandan y quieren andar. En la bifurcación nos separamos, Sergin quiere caminar solo, también nosotros, se va Azqueta por el atajo, nosotros seguimos con el amigo tarraconense, que se queda finalmente almorzando en una cafetería que hay por allí.

Solos otra vez estamos en el Camino que queremos, casi podemos oír al Patrón llamándonos, ¿por qué nos sentimos tan ajenos al resto de los peregrinos? Sergin lo entiende así también aunque ya nos tenemos cariño, vamos coincidiendo, charlamos cuatro palabras y nos despedimos, arrea como un cohete para luego volvernos a encontrar cuando él descansa y lo dejamos allí, no paramos y lo agradece… Qué buen rollo proporciona hacer las cosas sin tener que explicar ni racionar los afectos, sin sentir que se da menos de lo que se puede pero dando tanto como se tiene, sin pretender nada, nada de nada de nada de nada.

Agradecemos la sombra de un bosque de robles, Azqueta está ahí arriba, almorzamos, apenas vemos peregrinos en estos días del comienzo, y eso que es año jacobeo; eso de la masificación acaso se verifique en lugares más cercanos a Santiago, alejados de estos otros en los que estamos nosotros y un puñado más.

Los hitos de la jornada pasan a cámara lenta y jalonan este nuevo planteamiento nuestro más acorde con lo que esperamos de este viaje, pasamos por la llamada Fuente de los Moros, un simple aljibe al que se dedica una sobria construcción de inspiración árabe, una sorpresa en estas tierras que empiezan a ser menos voluptuosas en su orografía y también en su arte y arquitectura.

Villamayor de Monjardín es el último pueblo antes de Los Arcos, nos quedamos con las ganas de ver la Iglesia de San Andrés, está cerrada, la mayoría de las iglesias, colegiatas y otros edificios antiguos están cerrados, nos resulta chocante y más aún, frustrante, qué se le va a hacer, alguna compensación obtendremos.

Ya sí, ahora enfilamos ese tramo hasta Los Arcos, doce kilómetros solos, no vemos más peregrinos, ni por delante ni tras nosotros, amo esta soledad, como amaré las soledades castellanas de los próximos días, amores decuplicadamente correspondidos que me habrán de cambiar para siempre. Hoy, aquí y ahora, un aperitivo: campo y horizonte, la naturaleza se vuelve austera, el cereal pugna por crecer en esta tierra adusta, las primeras vides acompañan después nuestro andar como anticipo del Camino riojano que mañana mismo pisaremos; hace Sol, hace calor y no hay donde llenar la cantimplora, menos mal que reforzamos la reserva de agua ante esta eventualidad.

Arriba, pero casi más cerca de la tierra que de nuestras cabezas, vemos dos cigüeñas acosando a una rapaz, expulsándola de un cielo territorializado, vedado a las garras de azores y ratoneros, zona de exclusión aérea para protección de los pollos; nunca hubiéramos creído que las dulces cigüeñas pudieran ser tan agresivas; otro prejuicio roto, otra novedad que, entre líneas, ofrece mucha moraleja. ¿Hay un refrán que dice “del agua mansa líbreme Dios, que de la brava me libro yo”?

No hay nada salvo nosotros y el Camino. Ni siquiera pájaros, no suena revoloteo… nos detenemos, como estatuas que miran hacia atrás pero no son de sal, nada se oye, nada… ¿nada? Sí, se oye un leve trino, un canto de pajarillo, a la izquierda, ahí, sobre ese arbusto, lo miramos y nos mira, parece desgañitarse cuando advertimos su presencia, vuela adelante hasta el siguiente arbusto, y allí se queda, mirándonos, gritando lo más fuerte que puede, cimbrea la ramita sobre la que está posado; avanzamos hasta ese arbusto y gira su cabecita, apunta con su pico hasta el siguiente matorral, seguimos andando, sigue volando. Paramos y se detiene; al poco, salta hasta el siguiente arbolillo caminero. ¿Nos está guiando? Con toda seguridad. Esa es su misión, que cumple con el cariño que recíprocamente le profesaremos con el paso de los días. Ya no dejaremos de verlo hasta bien entrado el Camino, dentro muchos días, cuando ya sólo podremos echarlo de menos por siempre jamás.

El camino es amplio, hay horizonte, mucho, este es el Camino que imaginé y soñé… es infinitud, soledad y piedras, es el silencio que deja pasar sólo los sonidos del alma.

Andamos a buen ritmo, los descansos previos permiten que el caminar sea ligero, hemos acertado con esta nueva administración de las fuerzas, que lo es, a la postre, de las capacidades. Aproximadamente a mitad de tramo, nueva parada para comer y descansar, nos quitamos botas y calcetines, masaje con vaselina y alcohol de romero, y cuando reemprendemos, después de media hora, es como si comenzásemos la etapa. Claro, el cansancio se pasa descansando.

Los Arcos no llega, estamos prevenidos, se encuentra detrás de un collado que tapa su visión, pero aún así, sabiéndolo, el no tener referencia visual del destino fatiga el cuerpo y el espíritu; a cada curva, como también después de coronar cada cuesta, estiramos el cuello buscando un campanario, acaso el pararrayos de la iglesia, pero nada. Y de tanto otear vemos a alguien peregrinar en sentido contrario al nuestro, lejos, “este se ha equivocado”, pensamos a coro, y mientras se acerca nos choca su estrafalario y folclórico atuendo: lleva un traje de terciopelo negro con botonadura de plata, parecido a la indumentaria charra de los mariachis, y, como ellos, porta un gran sombrero de ala ancha bordado con hilo de color; no carga macuto sino un hatillo cruzado a la espalda, en bandolera. Es muy corpulento, muy joven y muy rubio, viene sofocado, le damos agua y le digo “Santiago es hacia allá”, y él señala la dirección opuesta a la nuestra (la suya) y dice: “Alemania”. Ya ha estado en Santiago y ahora le toca regresar. Es una buena peregrinación, y coincidimos Pilar y yo en que habría que volver también andando, pero hasta casa, esto es que lo que se debe hacer, aunque no hay tiempo (¿no hay tiempo…?). Más tarde nos contarán que este chico pertenece a un gremio de carpinteros del Sur de Alemania que tiene como tradición tras terminar el aprendizaje del oficio dedicarse dos años a vivir de su trabajo fuera de casa, trueque de talento profesional por comida y cama. ¿No seremos nosotros los folclóricos y estrafalarios?

Hemos visto una casa, eso ha de ser Los Arcos, debemos de estar a un kilómetro escaso, miro hacia atrás, vemos a dos caminantes que andan muy deprisa, uno de ellos incluso trota ocasionalmente para no perder el paso del otro, que debe de ser el “capitán” del equipo. Rozan la cincuentena, y en ese andar rapidísimo, en ese respirar atlético, manifiestan frontal rechazo a lo irreversible del paso de los años –de los suyos, eminentemente–. No llevan macuto, nos adelantan y nos despeinan con su rebufo. Viene detrás el peregrino tarraconense que nos hizo la foto en la Fuente del Vino, también deprisa, pero no de carreras, “es que he quedado con mi novia en Los Arcos”, parece excusarse, justo cuando le suena el móvil: es ella, desde Logroño, recibe instrucciones de nuestro amigo para llegar a Los Arcos. Nos parecen muy precisas las indicaciones dadas, en menos de media hora debería estar llegando.

Atravesamos el pueblo, que es alargado y estrecho, hasta la Plaza del Coso, donde está nuestro Hotel, el Mónaco.

Mientras Pilar toma una ducha y descansa un rato, yo voy al albergue a sellar las credenciales: ojo, al de verdad, porque hay dos albergues privados que en su afán competitivo llegan a despistar a los peregrinos. Esto será corriente hasta llegar a Santiago. De camino veo al amigo tarraconense, desgañitado, al teléfono, “que no mujer, que no es esa nacional… ¡que no, leche!…¡¿pero dónde estás?!” A la vuelta seguirá en las mismas, pero con la paciencia agotada. No sabremos si llegó a Los Arcos, nada más supimos de él ni de ella.

Están en el albergue tomando el Sol Leo y Sergin, y Elga, y los canarios, doloridos, Antonio tiene una rodilla mal, María sufre por unas feas ampollas, le recomiendo que las rompa, desinfecte y cubra con esparadrapo, pero algunas están en sitios complicados, el esparadrapo se despegará rápido. Están abatidos, no saben cuánto podrán seguir; me apena verlos así, no quiero ni pensar en cómo me sentiría yo en su lugar.

De vuelta, y tras una eterna ducha, me siento en la terraza del hotel a tomar una cerveza helada y a escribir las notas del día; en la mesa adyacente están los sprinters sin macuto que nos adelantaron llegando al pueblo; sacan medias de velocidad y comparan la precisión de sus podómetros. Al poco llegan tres compañeros de estos dos primeros, van todos muy de boutique, pareciera que vienen de atracar Panamá Jack, con muchos pins en sus sombreros y boinas y con botas muy profesionales. Los que llegaron primero se mofan de la diferencia que han sacado a los demás, que entran al trapo y se quejan de tirones y distensiones. Yo me lo paso pipa viendo todo esto. Al punto llegan, conduciendo, las esposas de los andariegos, con lo que totalizan diez personas. Sin encomendarse a Dios ni al diablo, abren los maleteros de los coches de apoyo y sacan las viandas, arramblan con dos mesas más y se montan la merendola allí, en la terraza del hotel. La camarera les mira mal y ellos se indignan, se enojan con el servicio, “señorita, es que debería darse cuenta de la paliza a andar que nos hemos dado hoy”, exigen bula peregrina… exigen, exigen. Me sonroja, qué vergüenza ser peregrino viendo esta escena. Baja Pilar y nos vamos a dar una vuelta, allí se quedan los globeros montando un escándalo a cuenta de su sufrir. Al poco los veremos entrar en sus coches y marcharse ruidosamente; esperamos que al menos no intenten dormir de gorra en el refugio. Definitivamente, han empezado las vacaciones de Semana Santa.

Queremos ver la Iglesia de Santa María, esperamos que termine el funeral que se oficia en su interior y ya sí entramos. Impresionante. No hay un palmo de pared o techo que no esté ornamentado, impresionante el claustro, impresionante el coro, todo impresionante. Ayudo al sacristán y a cuatro feligresas a mover los bancos; mañana es Domingo de Ramos y hay que dejar sitio para que los pasos, preparados y dispuestos ya en la galería del claustro, puedan salir por la puerta principal de la iglesia.

Cenamos pronto, en el mismo hotel Mónaco, de nuevo la RAI, esta vez son pocos y no están los divos andarines. Los veremos al día siguiente, cuando bajen a desayunar en pijama y batín.

A las nueve y media estamos en la cama. Mañana será un día exigente.

MAS MISTERIOS OCTOGONALES

ETAPA 6. LOS ARCOS – LOGROÑO

Los Arcos – Sansol – Torres del Río – Viana – Logroño.

4 de abril. 27,9 km.

Quedan: 637,9 km.





Domingo de Ramos en el Camino de Santiago es algo que es. Recordamos el miedo que nos daban los capuchinos de cuando éramos niños, esto es la Semana Santa, miedo infantil a lo que representa la muerte de Dios, sobrecoge, matar a Dios, y no sabemos por qué nos vienen estos recuerdos, pero vienen, a quién le importa el porqué; a nadie, porque hay porqués cuya importancia importa pero a nadie salvo a uno mismo cuando se pregunta esto. El mundo está lleno de porqués sin porque.

Amanece por la ventana del Mónaco, no sabe el Sol si estar detrás de la nube y la nube siquiera si estar o no, y mientras lo piensa va a ser que no. Qué noche termina; quizás la primera de verdadera y auténtica dormida profunda desde que empezamos el Camino, nos sentimos –con perdón– tetraplégicos al despertar, sólo los párpados responden en este momento al estímulo de poner los pies en tierra, son eternas décimas de segundo hasta que las piernas obedecen al cerebro que obedece a la orden de poner los pies en tierra, más que una orden es un orden, el de seguir andando, pies en tierra pues, ya.

Devoramos el desayuno como si la noche hubiera sido cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, saltamontes comeríamos, enseguida en la calle, antes nos cruzamos con los divos de la RAI –como se dijo– en batín y zapatillas, enfilamos la salida de Los Arcos por caminos anchos, iguales a los que hasta aquí nos trajeron, vemos furgonetas y coches de apoyo y peregrinos haciendo ejercicios de estiramiento y a otros rezando antes de ponerse en marcha.

Están contentos y van en grupo, quizás teman la soledad, o no saben que la temen, a lo mejor no ven que la tierra es fiel compañera, que el Camino es regazo de Madre, y prefieren ir en cuchipandi hablando de lo de cada día, de recetas, de política y de fútbol. Qué más da, aquí están, dando el paso, o un paso, su paso, como nosotros lo estamos dando, nosotros, que para otros somos los que no entendemos esto del Camino de Santiago, como esos otros lo son para otros que lo son para otros que el propio Santiago juzga por haber juzgado a otros. Es la cadena, el tallo de la cereza del cesto de cerezas del que vamos saliendo enganchados.

Sansol está a la vista y Pelegrín nos da los buenos días, no desde su arbusto, sino en nuestra vertical, de ahí arriba viene el sonido pero no vemos al pajarillo. Arriba miramos y nos chilla a nuestra izquierda, ahora sí, desde un junquillo que lo columpia, perdón Pelegrín, no nos vaciles, y salta hacia delante y nos espera, y así paseamos cuando oímos campanadas, las diez en la Iglesia de Santa María en Los Arcos, las diez en la iglesia de Sansol, las diez en otros pueblos por los que el Camino no pasa y por tanto no puedo citar ahora. Nos preguntamos por un momento si el eco repica las campanas que de por sí repican boyantemente por ser Domingo de Ramos, pero el eco aquí sería un milagro, uno más; no, no es el eco, son muchas campanas que se repican entre ellas, que doblan, redoblan y requetedoblan su canción.

Pelegrín nos apremia. Pero no queremos correr. Vemos a los primeros ciclistas desde que salimos hace nada menos que seis días (¡seis!), algunos muy majos, otros muy profesionales y sinderéticos, ceñudos y uniformados, Se lo están perdiendo: venir al Camino de excursión o de carreras es un desperdicio de tiempo.

Al poco paramos y charlamos un ratito con una pareja de belgas que llevan ocho niños, van todos preparadísmos, son encantadores, nos explican que quieren inculcar a los críos el valor del esfuerzo, hacen etapas de diez kilómetros diarios, y planean llegar hasta Belorado; me vienen a la mente los majaderos que ayer la armaron en la terraza del Hotel Mónaco. Un hecho que entonces me pareció patético y que hoy, por comparación, anuncia una preocupante sintomatología.

Otra vez nos damos la vuelta sin convertirnos otra vez en estatuas de sal, ahora nos apetece que el Sol caliente nuestros rostros, y para eso hay que mirar atrás; todo el Camino, hasta que lleguemos, llevaremos el Sol detrás y la sombra delante. Allí, chiquitín, Los Arcos, desde el promontorio de Sansol, y caminamos ya deprisa hacia Torres del Río, hay algo allí que me interesa y me llama, Algo que me debe un susurro, un guiño.

Otra octógono misterioso, otro Santo Sepulcro, esta no se nos escapa como huyó la de Santa María de Eunate, ramas de olivo a la puerta esperando a que la templaria puerta se abra para que todos entren a recibir en sus ramitas la bendición del cura del pueblo. Tomamos las nuestras y pedimos al sacerdote una bendición especial, han de resistir lozanas muchos días. No nos promete nada pero se aplica a la tarea. Llenamos los pulmones de aire de piedra templaria y sentimos siglos de historia oficiosa corriendo por nuestras venas. Los misterios son así.

Todo esto comentamos Pilar y yo mientras tomamos un café. Allí coincidimos con Peter, un peregrino alemán de unos 65 que cuando no anda, fuma. Cada vez que está detenido respira a través de un marlboro; pero cuando anda, anda de verdad. Delgado, ligero de equipaje y determinado, nada hace flaquear su paso casi de puntillas, como queriendo no despertar a los animales del Camino, como evitando ser oído para no molestar a nadie.

Hay que estrenar algo por ser Domingo de Ramos, esto me dice Pilar, y compro un sombrero para ella y una vieira para mí. Al salir, Sergin nos saluda contento, Leo viene de la fuente de refrescarse, porque ya hace calor, y no son ni las once de la mañana, todos siguen y nos quedamos solos sólo un ratito viendo esta construcción octogonal tan suya, tan de ellos los templarios, hospitaleros guerreros.

A partir de este momento tenemos un rato largo largo largo de sube y baja, toboganes, diez kilómetros, Navarra nos exige un último tributo de sudor antes de dejarnos marchar; vamos, como habíamos decidido, a nuestro ritmo tranquilo, parando cuando sea necesario e incluso si no lo es. Oleadas de grupos de peregrinos nos adelantan, tienen pocos días (los correspondientes a las vacaciones de Semana Santa) y han de “quemar etapas”; nos sentimos ajenos a ese ajetreo, aunque no sabemos si lo somos. En todo caso tenemos la suerte de poder andar casi casi todo lo despacio que queremos.

Rampa, para arriba; pendiente, para abajo, allí está Elga, sufre por sus pies y le sugerimos nuestros propios remedios, si nos funcionan a nosotros han de funcionar a otros, vamos un rato a su ritmo y está muy cansada, nos dice que no cree que hoy llegue hasta Logroño, “quédate en Viana”, eso hará, adiós, hasta siempre Elga.

Ya vamos teniendo “hastasiempres” en nuestros macutos.

Paramos a descansar un par de veces antes de llegar a Viana, pueblo que nos despide de Navarra, y lo hace a lo grande: por lo duro que se hace llegar, y por las dádivas que ofrece al caminante. Es un sitio del Camino, puro Camino en este Viana cesarborgiano... Dudamos si ascender al centro del pueblo o pasar de largo circunvalándolo por la carretera, Logroño está ya a la vista, y decidimos lo primero. No son aún las dos, pero nos parece un pecado de los gordos dejar pasar la ocasión de comer aquí; es muy festivo, toda la gente en la calle, hay feria agrícola, tenderetes, artesanías, quesos, y vinos tintos, y vinos rosados, mucho barullo que nos aturde tras las soledades andadas esta mañana desde primera hora.

Todos los locales están llenos, apenas se puede entrar siquiera a pedir un vino tinto o rosado o lo que sea, vamos sacudiendo a diestro y siniestro con los macutos, perdón, disculpe, lo siento. Finalmente nos armamos de valor y entramos hasta el fondo del Asador Armendáriz, chicharro a la brasa y ensalada muy ilustrada, botella de vino (tinto) y ya no hay fuerza que nos impida plantarnos en Logroño en un pispás, apenas diez llanos kilómetros entre vides, riachuelos, autovías, andaderos y un par de descansos.

Cuando nos queremos dar cuenta estamos en casa de Felisa, pero ella ya no está, es una leyenda del Camino de Santiago, ofrecía “agua, higos y amor”, según reza el sello que se dispensa a quien lo solicita, esto hizo durante años hasta que murió, hace dos. Ahora hay un hombre, debe de ser su nieto, o sobrino o un conocido que ha tomado el relevo. Sellamos la credencial, comemos un higo (seco, en esta época del año) y refrescamos el gaznate con un chorro de agua del botijo, estamos cumpliendo lo que se me antoja como un ritual; paran allí dos chavales que vienen en bici. Sellan, beben, comen y se largan a toda velocidad, temen no conseguir plaza en el albergue: un poco más tarde aprenderán que no por mucho madrugar amanece más temprano.

Nos despedimos de la casa de Felisa y ya está ahí Logroño, enseguida nos estamos haciendo una foto en el viejo puente de piedra sobre el Ebro, el padre Ebro, cuánta vida mueve este río, qué ilusión estar aquí, son tierras a las que debo parte de mi existir.

Muy cerca de este puente está el refugio de peregrinos de la ciudad, atendido por un hospitalero de gesto adusto que nos abre la puerta del establecimiento con un punto de enojo por el inesperado overbooking, pero nos mira de pies a cabeza y se compadece de nosotros: estamos quemados por el Sol y llevamos encima el polvo de treinta kilómetros de caminata. Allí están, dentro, los ciclistas de casa de Felisa, aún equipados, como aguardando la posibilidad de tener que marcharse, “sólo venimos a sellar” decimos, y saltan de alegría: quedan únicamente dos literas, y el hospitalero nos las estaba guardando, gracias, muchas gracias, “no hay de qué, para eso estamos aquí”. Ahora podrán usarlas ellos, los ciclistas, puesto que, según creemos cuando nos lo preguntan, no venía nadie más (a pie) detrás de nosotros. Es el primer albergue que encontramos lleno, se nota la Semana Santa. ¿Estarán así de concurridas las áridas etapas castellanas? Lo dudamos.

“¿Vosotros sois peregrinos de verdad?”, pregunta el hospitalero… “eso creemos”. Está cabreado porque acaba de tener un rifirrafe con unos carotas que han dejado el coche de apoyo a quinientos metros (el hospitalero, curtido en estas lides, es inflexible con estos comportamientos) y vienen a dormir de gorra, “Aparecen limpitos, sin peso en los macutos o directamente sin macuto, y encima me arman la bronca y exigen, me dicen que tienen derecho a quedarse”. “Chillan al hospitalero”, lamenta con verdadero desconsuelo. Le digo que, por encima de todas las cosas, quizás sea en eso en lo que se distingue a un peregrino de otro que no lo es, “en eso, sí”, consiente. Sellamos, charlamos un rato más con él, y nos vamos a nuestro hostal, céntrico y cercano al Camino, no queremos alejarnos demasiado, es el principal criterio a la hora de buscar alojamiento.

Hoy se nos ha hecho muy tarde, y, aunque estamos cansados, no tenemos la sensación de paliza de jornadas anteriores. Una ducha y damos un paseo, hay mucho que ver, pero a estas horas sólo por fuera.

No cenamos, sólo unas tapas en un bar cercano al hostal, nos ponen unos percebes de aperitivo con las cañas que hemos pedido. Junto a nosotros, dos jóvenes que parecen rumanos nos ven comer los percebes con gesto alucinado, no saben si reír o vomitar; también a ellos les ponen una tapa de lo mismo. Les explico cómo se comen, pero no se atreven, “para vosotros”, nos quieren regalar sus percebes, “no gracias”, les explico que es un producto muy apreciado y caro. Allí se quedan mirando los bichos, preguntándose cuánta hambre hay que tener para comerse eso; se acaban la caña, se meten los percebes en el bolsillo y se largan. No sabemos, a estas alturas, si para invitar a marisco a las novias, para disecar los percebes o para especular con ellos.

A la vuelta, me quedo un rato escribiendo en la cafetería del hotel, Pilar se acuesta, en menos de media hora estoy yo también durmiendo, no me sale la crónica porque se me cierran los ojos. Decido dejarlo para mañana porque no lo puedo hacer hoy.

jueves, 3 de mayo de 2007

CASTILLA ASOMA

ETAPA 7. LOGROÑO – NAJERA

Logroño - Parque de la Grajera – Navarrete – Nájera

5 de abril. 29 km.

Quedan: 610,0 km.



La respetable distancia que hoy nos prepara el Apóstol se hace asequible salvo por los tres o cuatro últimos kilómetros, y no tanto por lo ya andado sino por la dureza visual del entorno a la llegada a Nájera que, a la postre y tras sufrir sus prolegómenos, resulta ser una bella localidad.

Muchas cosas bonitas y misteriosas nos reserva esta jornada tan peregrina: incluye este día una gran urbe (Logroño, de donde salimos) y algunos lugares muy señalados, como las ruinas del hospital de Peregrinos de San Juan de Arce, justo antes de entrar en Navarrete, y el Alto de San Antón. El paisaje será hoy muy riojano, rojo el suelo como el vino que produce, muy azul el cielo y un horizonte ondulado que contribuye a que nuestro andar sea feliz. Además, el día amanece despejado, la temperatura es buena y corre brisa.

Desayunamos con fundamento en el hotel, salimos enseguida y caminamos para recuperar el trazado jacobeo que nos llevará, en primer término, al Parque de la Grajera, pero antes compramos comida y agua.

Un gran bulevar es el Camino de Santiago en la salida de la capital riojana y hoy sí, hoy hay muchísimos peregrinos aprovechando la Semana Santa para dar una buena andada; confluimos todos en esta avenida desde calles interiores y sombrías. Nos detenemos un instante y miramos, nos gusta ver a los peregrinos surgiendo por doquier de calles, callejas y plazuelas, andando con paso firme y rápido en estos primeros metros de la etapa de hoy. Para nosotros es la séptima etapa; para la mayoría de quienes estamos viendo andar, es la primera, empezaron hoy. Nuestra modestia peregrina y nuestra corta aunque intensa experiencia andariega nos recuerdan que no son momentos para ir deprisa, hay mucho por delante aún, y dejamos a los demás con sus carreras, y mientras esto decidimos ya estamos todos, los rápidos y los lentos, enfilando los andaderos del Parque de la Grajera. Son grandes sendas de cemento utilizadas por los logroñeses para sus paseos matutinos.

Vemos muchos grupos de señoras en chándal caminando a buen ritmo y hablando por los codos a la vez; a corredores, a ciclistas… Debería llamarse esta senda “Avenida del Colesterol”. Llegan al final del caminillo y vuelven. Y así varias veces hasta completar la distancia prescrita por el médico de cabecera. Ya se sabe: azúcar, triglicéridos y osteoporosis son los peajes de la vida moderna y acomodada cuando se supera la cincuentena.

Desde el Alto de la Grajera se ve el pantano artificial, los andaderos de cemento, las señoras, como puntitos, caminando arriba y abajo; y se ven también carreteras y autovías. Este parque natural que es artificial (¿cómo algo natural puede ser artificial?) dota a Logroño de un entorno arbolado de esparcimiento para todos los vecinos, pero al peregrino le resulta un tanto forzado considerarlo como “paraje de alto valor ecológico” después de lo visto y disfrutado hasta llegar aquí. En todo caso, nos gusta, y, días más tarde, lo echaremos de menos, en los alrededores de capitales como Burgos o León.

Decidimos tomar una coca-cola en la cafetería de una gasolinera que vemos junto a la autovía, ya en el descenso desde la Grajera a Navarrete, pero finalmente no lo haremos porque está a la mano contraria de la carretera, no se puede llegar si no es cruzando los cuatro carriles saturados de tráfico. Imposible. Aguantaremos hasta Navarrete, ya no paramos, o sea que nos atizamos casi trece kilómetros sin avituallar.

Justo antes de entrar en Navarrete empiezan a pasar ciclistas. Ni hola ni adiós ni buen Camino ni Cristo que lo fundó. Pasan cuatro a toda leche, vienen gritando desde detrás “¡fuera!”. Nos apartamos y siguen. Cuando estamos viendo las ruinas del Hospital de Peregrinos de San Juan nos piden que les hagamos una foto. Con mucho gusto.

Atestado de gente está el primer bar que nos encontramos desde que salimos de Logroño hace cuatro horas. Estratégico lugar, todos pasamos por caja.

Tomamos sendos refrescos y frutos secos. Junto a nosotros, en la mesa de al lado, dos ciclistas “de circunstancia” se están zampando unos bocadillos de tortilla con chorizo como ases de bastos, charlamos un rato con ellos, justo el tiempo en que nosotros terminamos las avellanas y ellos sus bocatas. Salieron ayer de Roncesvalles y durmieron en Pamplona, y hoy su coche de apoyo (me hace gracia el término, suena muy profesional) los ha desplazado hasta Logroño, desde donde han reemprendido la peregrinación. Esto (“claro está”), no se lo han dicho al hospitalero del albergue donde han sellado la credencial, porque si se entera de que se saltan las etapas no podrán obtener la “Compostelana” cuando lleguen a Santiago.

Lo confiesan en voz baja, mirando soterradamente a un lado y a otro, no sea que alguien se chive y se topen con la policía al final del Camino, en Santiago, para detenerlos por fraude. Les decimos que pueden saltarse las etapas que quieran, pero que para obtener la Compostela deben pedalear como mínimo doscientos kilómetros seguidos. “Por eso –dice– engañamos a los de los albergues, y con lo de hoy ya podemos coger el coche hasta Santiago para que nos den la Compostela y premiarnos con una mariscada”; el guiño que acompaña esta secretísima revelación trata de hacernos sentir cómplices. “Qué dura es la vida del peregrino”, les digo, “buffff, sí –concede–, y mucho más en bici”, remacha con solemnidad y científico convencimiento.

Estos ciclistas acaban de revelarnos cuál es el valor de una Compostela.

Salen pitando, se despiden con afecto, parece que les hemos caído bien, han debido de percibir simpatía por nuestra parte, sólo por haberlos escuchado sin reprobar su actitud; líbrenos Santiago. A nosotros nos resbala, esa es la verdad, cada cuál que haga lo que quiera, incluso hacerse trampas jugando al solitario.

Llega Sergin, se sienta en ratito con nosotros antes de salir escopetado. Los peregrinos hacen fotos a su carrito, “mucha gente hoy”, dice, “mucha”, asentimos.

Ocupan la mesa que dejaron libre los ciclistas de la “Compostela fraudulenta” un grupo de cinco jóvenes con un hombre muy mayor pero correoso y curtido, empezaron el Camino esta mañana en Logroño y discuten acaloradamente si hoy avanzarán hasta Santo Domingo de la Calzada, o sea, cincuenta kilómetros, o andarán hasta Nájera. Finalmente, tras breve debate, hallan unánime coincidencia en dar por terminada la etapa y pernoctar en el albergue que aquí hay, que es muy bueno; los cincuenta kilómetros planeados se han quedado en trece.

Aquí no nos queda ya más que hacer, adiós Navarrete, conservadísima villa medieval y paraíso de la alfarería, seguimos, queremos Camino y un poco de soledad si es posible.

Enseguida acaban calles y carreteras y ya estamos de nuevo en las onduladas lomas riojanas no tan solos como deseamos, pero al menos sin necesidad de conversar con nadie.

Dejamos a nuestra izquierda Ventosa y nos paramos un ratito, hace mucho calor, nos descalzamos, allí en una minúscula sombra estamos y nos pasa Sergin, a quien habíamos adelantado hace un rato, su saludo sí es cómplice. Es el único peregrino que nos queda de los que salimos de Roncesvalles. Pasa también Leo, se queda un ratito hablando con nosotros, le preguntamos por María y Antonio, los canarios que dejamos resentidos de pies y rodillas en el albergue de Los Arcos. Se quedaron en Logroño al menos un día más, para ir al hospital; posiblemente luego tomen un autobús. No los volvimos a ver, pero nos acordamos de ellos todos los días de nuestro andar peregrino, deseando que mejoraran y pudieran continuar.

Qué bonita la subida a San Antón, allí arriba paramos a comer, en la salvadora frondosidad de la sombra de unos robles, que en otros tiempos debió de ser abrigo de bandidos; al fondo ya vemos Nájera.

La aproximación a Nájera resulta fea, hay industrias, fábricas de áridos, harineras… y en el muro de una de estas industrias, quizás como compensación, hay escrito algo, que luego veremos reproducido otras veces, a modo de himno jacobeo:


Polvo, barro, Sol y lluvia
es Camino de Santiago.
Millones de peregrinos
y más de un millón de años.

Peregrino, ¿quién te llama?
¿qué fuerza oculta te atrae?

Ni el Campo de las Estrellas,
ni las grandes Catedrales.
No es la bravura Navarra,
ni el vino de los riojanos,
ni los campos castellanos,
ni los mariscos gallegos,
ni las gentes del camino,
ni las costumbres rurales.

No es la historia y la cultura,
ni el gallo de la Calzada,
ni el palacio de Gaudí,
ni el Castillo de Ponferrada.

Todo lo veo pasar
y es un gozo verlo todo,
más la voz que a mí me llama
la siento mucho más hondo.

Peregrino, ¿quién te llama?
¿qué fuerza oculta te atrae?

La fuerza que a mí me empuja,
la fuerza que a mí me atrae,
no sé explicarlo ni yo
¡sólo El de Arriba lo sabe!

Lo firma un tal “E.G.B.” Volví a leer este poema en Santiago, repasando mis notas, y llegué a la conclusión de que, aunque parezca sencillo, es un texto lleno de misterio que sólo pueden entender los peregrinos, porque, en efecto, no saben cuál es esa fuerza, pero la sienten en cada célula del cuerpo y en el impulso del alma; no sé que es, pero todo lo que soy, todo lo que he vivido, aprendido y sentido me obligaba a andar; y, como E.G.B., tampoco yo puedo resolver la cuestión.

Entrando ya en el casco urbano de Nájera, otra tapia recibe a los caminantes con la siguiente sentencia: “Peregrino, en Nájera, najerino”. Pues najerinos somos al menos hoy, sea.

Se hace pesado llegar al centro de Nájera, donde está su casco antiguo y nuestro hostal. Después de la preceptiva ducha, masaje y descanso, salimos a dar un paseo. Vamos al albergue a sellar las credenciales, y allí nos quedamos un rato charlando con los hospitaleros, que son muy majos.

Nos quedamos con las ganas de ver la Iglesia de Santa María la Real. Está cerrada.

Vamos después a comprar algunas cosas: calcetines, en una mercería cuya anciana dependienta nos asegura que el día menos pensado se lía la manta a la cabeza y se lanza al Camino; y una crema solar para la cara con mucha protección, en la farmacia. Allí estamos cuando entra un cliente que debe de ser amigo del farmacéutico, tose perrunamente; le dice el boticario “te voy a dar un jarabe expectorante, pero no te lo tomes de un trago, que esto tiene alcohol y tú eres muy borracho”. Nuestra carcajada aún retumba en las callejuelas najerinas, pero ni el farmacéutico ni el tosedor alcohólico parecen comprender a qué tanta risa.

Recogemos unos carretes que hemos dejado revelando y que mañana enviaremos por correo antes de partir, cenamos pronto y deliciosamente en un bar del pueblo huevos fritos con lomo y una botella de cosechero; a las 21,30 estamos roncando como hipopótamos.

Nos apetece mucho la etapa de mañana. Llegaremos a Santo Domingo de la Calzada.

Santo Domingo, amigo de los peregrinos, vela nuestros sueños.

TRAS LOS PASOS DEL PONTONERO

ETAPA 8. NAJERA – SANTO DOMINGO DE LA CALZADA

Nájera – Azofra - Cirueña – Santo Domingo de la Calzada

6 de abril. 21 km.

Quedan: 581,0 km.



Una semana completa, la cuarta parte del Camino según las previsiones, están ya andados. ¿Nos ha cambiado en algo el Camino? No sé. Lo que sí sé es que no creo que nunca dejemos ya de andar, aunque sea interiormente; también erramos por nuestras almas, hacia dentro peregrinamos, buscamos y hallamos. Nuestros corazones se sienten tranquilos, y nuestros cuerpos encajan la caminata con naturalidad, sin sensación de hazaña. Disfrutamos de cada paso, de cada cielo, de cada esfuerzo; de cada privación y también, claro, de cada asueto… ya no soñamos con ser peregrinos, anhelamos no dejar de serlo, jamás. Nunca en la vida nos hemos sentido así de bien.

Antes de emprender la marcha pasamos por Correos para enviar los carretes revelados ayer, y en la oficina están aligerando equipaje los dos franceses que venían desde Nimes, devolviendo a casa lo que no les resulta necesario: lo innecesario lastra mucho más que lo imprescindible.

Dejamos a nuestra derecha las cárcavas a las que se aferra parte del casco antiguo de Nájera, y enseguida un fuerte repecho, la cuesta de Peñaescalera, es lo primero que tenemos hoy por delante, y viñedos hasta donde alcanza la vista. Se nos hace corta aunque dura e intensa la andada hasta Azofra, y el cuerpo nos pide un buen almuerzo. Bocadillo de jamón serrano con queso y tomate, vino tinto y luego un café con magdalenas; un buen chute de glúcidos, energía que necesitan las piernas para andar y el cerebro para pensar, cosas ambas pertinentes para que el alma pueda percibir ese otro alimento que entra por los ojos y los oídos, por la piel, por los poros.

Está el día neblinoso, frío y húmedo, nada que ver con la jornada primaveral de ayer, y nuevos repechos amenazan nuestras piernas pero amenizan la ruta. Justo antes de Cirueña hay una buena subida, pulso el ritmo y tiro para arriba, voy descubriendo que me canso más yendo despacio, y no es que suba muy deprisa, simplemente es la cadencia que me piden las piernas.

Arriba de la cuesta el camino se vuelve llano y ancho, las cunetas están llenas de peregrinos que recobran el aliento después del repecho, y muchos aprovechan ya para almorzar; nosotros no nos detenemos, hemos sudado y el día sigue frío, preferimos descansar andando.

Al poco, el Camino desaparece…. ¿será posible? Es posible. Ha sido tragado, llegando a Cirueña, por un campo de golf con urbanización en obras, así que toca rodear la entera parcela para buscar dónde retomar el trazado jacobeo. Esto hacemos por unas pistas en las que andar se vuelve incómodo en extremo, pues el tráfico de camiones y otros vehículos de obras públicas levanta muchísimo polvo, que respiramos sin rechistar mientras aceleramos el paso para superar el obstáculo cuanto antes. Nos comemos unas mandarinas mientras de allí salimos, masticamos el polvo que tizna el aire limpio de este campo riojano, ahora que la niebla ha levantado y el Sol vuelve a calentar con ganas a quienes por allí andamos.

No queda demasiado para Santo Domingo de la Calzada, un nuevo repecho y detrás veremos ya el campanario de la catedral. Estos repechos nos rompen un poco las piernas, los pies duelen y las mochilas pesan, pero el horizonte es hoy más prometedor que nunca, abre las manos y nos ofrece este pueblo cuya llegada tanto anhelamos, se nos antoja el más peregrino de cuantos se atraviesan en la singladura jacobea. No es este relato el que deba glosar la obra de Domingo, pero nadie puede dudar de la fuerza de la peregrinación cuando se estudia lo que este Santo hizo. Lo imagino en el altozano donde esto pienso, de vuelta de Logroño, o de Nájera, como pontonero; lo intuyo viendo lo que nosotros vemos: al frente, un mar de cereal que se funde con el horizonte; a este lado, la Sierra de la Demanda; y, arriba, un Sol que agrega sudor y cansancio al periplo penitencial. Domingo, a quien dos órdenes religiosas negaron el ingreso, unió a su despecho la fuerza ilimitada de su fe y una inteligencia prodigiosa para convertirse en el Santo del Camino, con gallina asada voladora y todo.

Muchos peregrinos también hoy, miércoles Santo; saludamos al grupo que vimos ayer en Navarrete cuyos componentes discutían sobre si seguir o quedarse; están reventados, sentados en el suelo, bebiendo vino de una bota y comiendo chorizo a mordiscos. Nos ofrecen con porfía. Declinamos. Allí los dejamos relatando a voz en grito.

Entrando casi ya en Santo Domingo adelantamos a un grupito de cuatro adultos y cinco chavales de entre doce y catorce años, sin macutos pero de andar muy profesional, a quienes veremos a la entrada del pueblo tomar su coche de apoyo. Alguien nos dirá después que a estos sin macuto los llaman “turigrinos”, como son “pijigrinos” los que van súper-a-la-moda y no caminan ni cien metros al día, los necesarios para trasladarse de sus coches a los albergues, a dormir de gorra. Nosotros creemos que lo importante es andar, pero no como penitencia o garantía de pureza peregrina, sino como regalo que uno se hace a sí mismo; y estamos de acuerdo con que en los albergues debe tener preferencia el peregrino que va cargado.

Sí llevan macutos, enormes, por cierto, cuatro británicas gorditas, su andar es ligero pese a ir acompañado de la ingesta de grandes bocadillos que no parecen nada ligeros, nos adelantan, “bye”, “buen Camino”.

Santo Domingo está casi bajo nuestros pies, lo estará, literal y ciertamente, en breve, pues descansa en esta Calzada jacobea, justo donde se alza la catedral en su memoria, en el interior de una cripta subterránea.

A la entrada del pueblo, junto a un almacén de patatas está parado Sergin, lleva una bolsita con unas pocas que ha tomado prestadas para la cena de esta noche. Nos estaba esperando, dice, para entrar juntos en este sitio mágico. Vamos charlando, nos contamos un poco nuestras vidas, comenta que Brasil es el sexto país del mundo que más peregrinos envía a Santiago, no me sabe explicar muy bien por qué, pero verdaderamente el dato sorprende. Él lo achaca a la literatura de Paulo Coelho.

Callejeamos sucintamente por el pueblo y ya estamos en el casco antiguo, impone la catedral tanto o más aquí, a sus pies, que en la perspectiva de la distancia. Queremos dormir en el Parador, pero es imposible: más que alta, la temporada es alpina; da igual, vamos a una pensión que nos recomienda el amable recepcionista, mientras vemos entrar a los del equipo de producción la RAI, cuchichean entre ellos que somos peregrinos y que nos ven todos los días; la jefa del tinglado nos saluda con gesto sorprendido.

Antes de ir a dejar los macutos pasamos por el albergue, precioso e imponente, a sellar, y allí están las cuatro británicas gorditas intentando comunicarse con el hospitalero, que dice no poder admitirlas porque no llevan credencial. Han empezado esta mañana en Nájera, y alguien les dijo que en Santo Domingo obtendrían el pasaporte de peregrino, pero no pueden hacérselo saber al encargado.

Ellas lloran en inglés porque se quedan en la calle, y el hospitalero se muestra inflexible en un perfecto español de La Rioja. Ejerzo de traductor, explico al hospitalero el motivo por el que no van acreditadas, pero le da igual, él dice que para dormir en el albergue, credencial en los dientes. “No –le increpo–, para dormir en el albergue hay que ser peregrino a pie, en bici o a caballo; una credencial la tiene cualquiera; estas chicas vienen andando hoy desde Nájera, yo las he visto”. Ante la cerrazón del hospitalero (en parte justificada, visto lo sucedido en otros lugares), les digo a las chicas que se acerquen a la Oficina de Turismo, allí cerquita, y que pidan su credencial; al hacer eso, y jurar yo y perjurar ellas que vienen andando como aseguran, el hospitalero al fin cede. Esto les traduzco y se ponen las cuatro gorditas muy contentas, cogen sus bártulos y ¡hala! padentro; tanta emoción tenían que se les ha pasado decir “bye”.

Da igual, iban muy felices.

Vemos a Sergin de nuevo, quiere fotografiar el interior de la Catedral, la gallina asada que vuela, pero no puede porque está cerrada, lamenta quedarse sin sus fotos, no duerme en Santo Domingo, continúa hasta Grañón. Nos comprometemos a hacer las fotos para enviárselas luego por mail, pero no lo logramos: está prohibido hacer fotos dentro de la Catedral; ya le conseguiré yo las fotos en otro momento.

Nos vamos ya a nuestra ducha y bajamos a comer; no pudimos dormir en el Parador, al menos nos colaremos para homenajearemos debidamente; así hacemos, ligero pero sabroso, antes de la siesta. Ligero, porque hoy cenaremos con un buen amigo que es chef en Casalareina, a ocho kilómetros de aquí. Y sabroso, porque los productos de esta tierra tienen gran enjundia, como también comprobaremos esta noche.

La siesta sabe hoy a Camino en Santo Domingo de la Calzada: a Camino y también a alcohol de romero, el aroma de mi hogar nómada. Planificamos las próximas etapas, Pilar tiene inflamado un talón y, aunque no le molesta demasiado, es conveniente relajar el paso. Enseguida nos llama Mario Toribio, gran cocinero y mejor amigo, nos tiene preparado un verdadero ágape en La Vieja Bodega, un sobresaliente establecimiento situado en Casalarreina en el que ejerce de cocinero; su oficio es destacado y reconocido, nos consta. Nos sentimos en casa degustando los platos que él mismo nos prepara, quiere atendernos como familia. Nos abruma el cariño dispensado, sobre todo cuando, encima de la currada, no nos deja pagar la cuenta. Merece la pena haber llegado andando a Santo Domingo de la Calzada sólo por haber cenado la cena de Mario Toribio.

A las 11, taxi directo a la cama.

La jornada ha sido tan plena como esperábamos y deseábamos.

Hoy el corazón pudo con los pies.